El Congreso reunió a representantes del Gobierno y la sociedad civil con la intención de conmemorar el "Día Nacional de la Memoria y Solidaridad con las Víctimas".
Allí estuvimos representados en Fundagán haciendo visibles a sus víctimas: las de la violencia armada y las que entraña la pobreza.
También estuvieron otras víctimas, todas igualmente válidas y representadas. Sin embargo, un incidente deja un mal sabor: la actitud de un representante a la Cámara, quien intentó impedir la alocución de María Fernanda Cabal , presidenta de Fundagán, porque "representaba la voz de los paramilitares". El incidente es reflejo de lo que está sucediendo.
Un grupúsculo -entre los que figuran victimarios de ayer, que ahora posan como víctimas- se autoproclamó como vocero exclusivo. Desde sus columnas, curules o discursos deciden quiénes son las víctimas de primera y quiénes no. Cuáles tienen derecho a la reparación y cuáles, por el contrario, al desprecio y al repudio. Cuáles pueden ser visibles y tener voz y cuáles deben ser silenciadas moral o físicamente.
Las lágrimas, la sangre y padecimientos de millones de víctimas no son propiedad de nadie, ni tienen estatus. Su condición hace legítima su causa, su voz y su derecho a ser reparadas simbólica, moral y materialmente.
Pero, además, el descomunal esfuerzo fiscal que tendrá que hacer esta sociedad en la próxima década, estimado entre $54 y $164 billones -si hablamos de "reparación integral"- no puede ser apropiado por ningún sector o actor social.
Más aún, si su cruzada contribuye a generar más odios, fracturas y formas de violencia y, muchos menos, si denigra de las propias víctimas.
No necesitamos falsos activistas ni voceros de alquiler, que manosean el dolor de las víctimas en una fingida e indecorosa defensa, que sólo delata su interés en usufructuar réditos políticos o electorales, sin meditar en las consecuencias de sus sentencias.
Las "palabras" de ese pequeño, pero poderoso grupo, amén de despreciar a víctimas auténticas -como las miles que tenemos en el sector ganadero- más parecen extensiones de los cañones, las balas y los brazos de los asesinos, que empiezan a colgar lápidas, a diestra y siniestra, en especial al cuello de los ganaderos. De eso habla la cacería de brujas, que ahora nutren con el desafortunado estigma de la "paraeconomía".
Es una estrategia aleve contra los derechos fundamentales no sólo de los ganaderos, sino de todos los moradores del campo, en donde hicieron y hacen presencia las alianzas criminales. Pero, ¿es esto lo que queremos? ¿Es esta la clase de catarsis que vamos a construir para reencontrarnos?
No creo.
Aunque la salida fácil es rasgarse las vestiduras, hacer señalamientos para saciar la sed de venganza y poner a los ganaderos como chivos expiatorios, es urgente que nuestros detractores hagan el esfuerzo de repensar nuestro pasado para imaginar un futuro diferente, que habilite caminos sinceros hacia la verdadera solidaridad y reconciliación. Caminos que pasan por dar un lugar digno a todas las víctimas y sus voceros, que como Fundagán, ejercen representación válida ante el Estado para reclamar sus derechos.
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