No han pasado ni veinte días desde que llegaron de la Nasa, pero ellos tienen afán. Ya escribieron las cartas al gobernador Sergio Fajardo, a la Reina Isabel II y a J.K. Rowling. Además, detrás de la silla tienen una alcancía que va por la mitad, porque ellos hacen su trabajo.
Los sueños de estos pequeños guían sus clases. La profesora, Diana Lucía Restrepo, les enseña matemáticas, español y lo que tienen que aprender en quinto, en esa realidad que están soñando: los primeros pensaron en Italia, los segundos en Estados Unidos, los terceros van en Londres y los que vienen, piensan en Canadá.
Paraíso de colores es una escuela privada, porque los papás pagan unos 60 mil pesos para que les enseñen a sus hijos, pero ubicada en un barrio estrato 2. Ni los padres, ni los profesores, tienen dinero para decirles viajen a Londres o a ese lugar que encuentran en sus lecturas y exploraciones, y váyanse a conocer. No. Lo que les han enseñado, como le enseñó la mamá a Diana Lucía, es a "nunca renunciar a los sueños".
Lo primero que hacen es escribir cartas a quiénes se les ocurre que les pueden ayudar. Le narran la historia, le cuentan sus intenciones y la envían. Para el viaje a la Nasa, en el que participaron cinco de los niños que fantasean ahora con Londres, solo les respondieron de la Nasa y de la Secretaría de Cultura. Lo demás fue ellos, sus papás y maestros.
"Nosotros tenemos que recoger fondos", cuenta Sebastián Quiroz, de 10 años. "Vendemos salchipapas, dulces, palitos de queso", sigue Damián Figueroa, de 12. "En quinto tienen una empresa y venden y hacen las cuentas de sus ganancias, sus promedios. Saben que están trabajando para un proyecto. Lo que quiero es que miren el mundo real", explica la profesora Diana.
Solo que el esfuerzo no les alcanza para tanto y por eso piden ayuda, mientras siguen con su producción intelectual: con el viaje a la Nasa hicieron dos libros con poemas, cuentos y dibujos. Para este de Londres están en las mismas: leyendo a Harry Potter, porque quieren conocer a su autora y a sus lugares, y escribiendo su propio libro, a nueve manos, con una idea común: un huevo de oro que, al final, será el que resuelva todo. También están haciendo varitas mágicas para vender y les gustaría conseguir editorial para sus libros. Eso también les ayudaría.
"Los sueños no son caros", dice Alejandro Zapata, 11 años. Ellos llegaron hasta la Nasa, conocieron, se quedaron sin palabras y regresaron con la misión de seguir investigando. Es más, les prometieron llevar al espacio su Carta cohete y cinco de ellos están invitados a volver, para cuando sea el momento de despegar. "Cumpliremos con nuestra misión de revivir los sueños del cosmos", escribe Damián.
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