Poco importa el tiempo que nos queda. Lo esencial es cómo lo empleamos.
Al caudillo venezolano pueden quedarle meses o enterrarnos a todos nosotros y seguir tan pancho con sus discursos de mediodía y sus viajes a Cuba, segunda residencia y seguro refugio de unos ahorrillos que ni en Suiza estarían a mejor recaudo.
Aún si viviera eternamente, momificado por los paños del fracasado socialismo, tampoco importaría demasiado si su único interés es hacer de Venezuela su hacienda y de los venezolanos sus braceros. No dispongo de información adicional sobre la evolución de sus dolencias, aunque apuesto por una reaparición triunfal para las presidenciales. Esa es su meta, dejar atado otro mandato que lo perpetúe en el poder. Para nada.
Mientras el país se desangra en una ola de criminal violencia y las mafias de la coca campan a sus anchas por "Chavezópolis", los medios globales perdemos el tiempo con su cáncer, convirtiendo al actor secundario en estrella hasta dar la impresión de que algunos matarían por entrevistar a la enfermedad y no al enfermo.
- ¿Cómo lleva la fama?- preguntarían.
- Bah, sólo hago mi trabajo- respondería el maldito cáncer.
- ¿Es cierto que trabaja para la CIA?
- Sobre ese tema no hago declaraciones.
No sé si Hugo Chávez Frías leerá jamás esta columna. Confío en que lo haga, pues podría servirle. Debo remarcar, antes de la terapia política, que le deseo una larga vida.
En las múltiples ocasiones en que he visitado Venezuela se ha respetado mi trabajo pese a la dureza de los reportajes. Ningún representante político se escondió jamás. Recuerdo hasta con cariño una entrevista al vicepresidente Rangel en 2004, la jornada previa al referéndum revocatorio que ganó por los pelos el chavismo. Dos horas y media encerrados en su despacho en un intercambio de golpes sin cesar. Sin embargo, nada debe ocultar la realidad. Y la realidad es que en Venezuela hay un asesinato cada media hora, que el año pasado hubo 18.850 homicidios y que sólo en enero pasado, según el propio ministro de Interior, se cometieron 1.347 crímenes.
Una "guerra" que provoca más muertes en un año que bajas militares y civiles por atentados en Irak. Veinte planes de seguridad después, Caracas es uno de los lugares más violentos del mundo junto a Ciudad Juárez, con 232 homicidios por cada 100.000 habitantes, y sólo se castigan ocho de cada 100 delitos, con lo que cada maleante tiene un 92% de posibilidades de librarse.
La realidad es que Venezuela es uno de los 10 países con más secuestros del planeta, el undécimo más corrupto y puerto de salida del 52% de la coca que llega a Europa. Su inflación es de las peores del mundo, tanto que en los supermercados ya ni se molestan en etiquetar los productos, pues su precio cambia antes de llegar a caja. Catorce años de chavismo con el petróleo por las nubes y nadie recuerda para qué ha servido la "revolución". El país no es competitivo en nada, no resulta atractivo ni para la inversión (salvo los hidrocarburos) ni para el turismo y tiene una de las mayores tasas de miseria. De su sistema sanitario no digo nada, pues ya lo ha dicho todo Chávez con su tratamiento en Cuba.
Mientras Vietnam y China abrían sus economías a la iniciativa privada desde regímenes socialistas, Venezuela hizo el camino opuesto. El chavismo fustigó a los empresarios, castigó a los emprendedores y se cargó a la clase media. Nadie invierte en nada. Por eso, le recomiendo a Chávez que aproveche el tiempo que le queda, sea mucho o poco, y gobierne de una vez para los venezolanos.
Para todos.
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