Una novela de aventuras. Como tal puede leerse la segunda historia que nos cuenta William Ospina, El país de la canela, de las tres que se ha propuesto escribir sobre las expediciones al Amazonas.
¿Qué, sino aventuras, es lo que tiene que decir un libro que se centre en los fantásticos y riesgosos viajes de los conquistadores en la abrupta geografía americana, especialmente a una intrincada zona como la del río más caudaloso del mundo?
¿Todo comenzó con Las Auroras de sangre, su libro sobre Elegía de varones ilustres de Indias, de Juan de Castellanos?
“Sí, cuando preparé el libro Las Auroras de Sangre, quería resolver el enigma de cómo eran esos primeros tiempos. Creía que entre nosotros faltaba esa memoria, como sí la había de las tradiciones europeas. Que en esos momentos nadie había habido nadie que se hubiera ocupado de poetizar aquel mundo, de narrarlo de manera sensible. Me di cuenta de que se trataba más bien de desconocimiento porque un hombre como Juan de Castellanos se encargó de narrar, con un sentido de admiración y asombro, rico en detalles, los hechos de esos años.
En ese estudio sentí el deseo de contar historias, no desde la historiografía, sino llenas de sensibilidad para que pudiéramos vivir aquellos hechos”.
En la memoria colectiva son más efectivas las ficciones que los relatos “fieles” de los hechos?
“La principal virtud de la imaginación es que, alimentada de datos de la historia, la filosofía, la historia natural, consigue contar historias de manera perdurable. He notado que la humanidad recuerda mejor hechos imaginarios que reales. Al emperador Adriano real tal vez no lo recuerden tanto como al que recreó Margarite de Yourcenar. Creo que son más reales los personajes de Shakespeare que las personas que lo rodeaban. Y qué decir del Quijote y Sancho”.
De las excursiones españolas al Amazonas, de cuál material dispuso.
“De muchos datos dispersos. No del gran relato que lo integrara todo. Las crónicas de Fray Gaspar de Carvajal, quien acompañó a Francisco de Orellana en su exploración al Amazonas; relatos de Gonzalo Fernández de Oviedo después de hablar con Pedro Cieza de León, el que escribió la Crónica del Perú; los textos del inca Garcilaso; correspondencia de conquistadores y libros de historia como Historia de la conquista del Perú, aunque en éste, (William) Prescott no se detuvo a hablar de ese fantástico viaje en busca de la canela”.
¿A qué se debe su admiración por Gonzalo Fernández de Oviedo, el maestro del narrador?
“Leyendo a Castellanos me di cuenta de que hubo personajes notables en la Conquista. Detrás de ese avance feroz de los conquistadores venía el avance de los cronistas, unos hombres asombrados que sentían la necesidad de contar al mundo lo que pasaba. No sólo los hechos, sino también la Naturaleza.
Esa legión de cronistas tuvo como padre a Fernández de Oviedo. Él inauguró esa tradición. Sentía la necesidad de hablar de cosas de América que en Europa no se habían visto. Además tomó la decisión de narrar en español. Ya el idioma estaba desarrollado, pero el prestigio del latín como lengua de la cultura y la civilización era todavía grande. Su decisión fue escribir en la lengua vulgar, para que las leyera muchas gente”.
¿Cómo construyó a Cristóbal de Aguilar y Medina, personaje narrador?
“Sabía que debía encontrar a alguien que hubiera estado en los dos viajes al Amazonas: el de Orellana en 1541 y el de Pedro de Ursúa 20 años después. Sabía que en la segunda expedición, ese hombre debía tener unos cuarenta años, la cual era una edad avanzada en ese tiempo. Si estaba en condiciones de hacerlo, ¿cuál era su condición psicológica? Hubo quienes repitieron el viaje, de modo que ese personaje era verosímil. Después me detuve a pensar qué lo motivó a volver. No podía ser sólo la búsqueda de fortuna sino también otras circunstancias. ¿Quién lo convenció llenándole la cabeza de ilusiones? Fue cuando me propuse profundizar en la vida de Ursúa, que fue quien los convenció.
Yo me proponía escribir una sola novela. Sólo cuando apareció el joven que estaba construyendo con tanta fuerza fue que sentí que debía contar tres historias: su juventud, el primer viaje y el segundo viaje. Me asombraba que el personaje iba saliendo cada vez más verdadero. Primero no sabía su nombre ni parecía necesitar de un nombre; después se me fue revelando como un muchacho mestizo”.
Es diferente la historia contada por el vencedor que por el vencido. El narrador es hijo de un conquistador y una nativa. Por eso se percibe una aceptación de los hechos y a la vez una solidaridad con los indios y los mulatos.
“El personaje mestizo me permitía contar la historia no desde la mirada del conquistador, pero tampoco desde la mirada del indio. Una versión menos maniquea. No callar los horrores de la conquista, pero poderlos interpretar y aprender de sus lecciones. Este personaje, nacido en La Española o Santo Domingo, debía ser un personaje ilustrado, lector de los clásicos. No sabía si en América había personas así. Fue leyendo a Juan de Castellanos que entendí que sí existieron. Esa formación, siendo mestizo pudo darse estudiando con Gonzalo Fernández de Oviedo, quien estuvo en la isla en condiciones de transmitir conocimientos del mundo y de la tradición europea. La condición mestiza no solo es de sangre sino de sensibilidad. Mestizo concibo al hombre moderno. Hay unos versos de Baudelaire que lo definen muy bien: “Soy la herida y el cuchillo, soy el esclavo y el yugo, el penado y la prisión, la víctima y el verdugo”.
El ser mestizo no tiene una sola tradición, ni una sola raza, ni una sola cosmovisión, sino muchas y contrarias. Me sorprendí, cuando avanzaba, de encontrar en la lista de hombres de Orellana a uno nacido en Santo Domingo, hijo de un conquistador y una india..."
¿Cómo resolvió el asunto del lenguaje? Porque no es epocal, sino más bien fresco y nuevo.
“No podía envejecer el lenguaje para hablar como lo hacían en el siglo XVI, en ese dialecto arcaico.
Yo escribo para mis contemporáneos y con la lengua actual. Soy consciente de que escribo con la lengua de Rulfo, Neruda, García Márquez. Este es mi lenguaje. Pero estos asuntos fueron definidos de una manera más bien intuitiva. Si este lenguaje consigue transmitir la realidad de esa época es porque hago el esfuerzo de narrar el mismo mundo. Siempre he pensado que la gran protagonista de la conquista fue la Naturaleza, una Naturaleza, que desde el punto de vista mestizo tiene más voluntad que la europea”.
Usted me dijo hace poco tiempo que ya estaba adelantando La serpiente sin ojos. ¿Cómo va la tercera novela?
“A medida que avanzaba sentía la necesidad de conocer algo del futuro y por eso debía ir avanzando en capítulos de la tercera novela.
En un viaje que hice a Perú -visité Trujillo, Machupicho, Cusco- una noche, estando en Cusco, se me reveló por completo La serpiente sin ojos. De modo que hice un plan. Así es que ya tengo una parte lista, sé el tono que debe tener y poseo un plan de todo lo que sigue. Y claro conozco el final, porque es una ventaja grande del escritor saber para donde va”.