A 700 metros de profundidad, en las entrañas de la tierra, la vida humana es un verdadero prodigio. Sobre todo si esa vida no reposa allí a gusto ni por la voluntad propia. Así están los 33 mineros chilenos metidos en el socavón San José. Solos. Hambrientos. Asustados. Impotentes. Angustiados. Desesperados. Pero, también, extraña y valerosamente vivos.
A quienes contemplamos este suceso, contrastado por la oscuridad del derrumbe que los sepultó y por la luz de su sobrevivencia inesperada, nos llena de interrogantes saber cómo están viviendo aquellos obreros en medio de la orfandad de las cosas que a los hombres nos convierten en humanos, en esta especie enigmática capaz de poblar el mar de barcos y de coronar la luna con banderas.
Hablamos de la comodidad, limitada o generosa, del hogar. De la vida que caminamos cada día entre el trabajo y los amigos. De cualquier respiro a cielo abierto. Ellos cumplen 20 días aislados de esos misterios y sucesos de la vida aquí arriba, pero resisten. A pesar de todo, pero también gracias a la lucha de todos los que desde el exterior intentan rescatarlos, la vida se impone. Contraria a las sonrisas que algunas veces descubrimos teatrales y oportunistas en ciertos gobernantes, la del presidente chileno Sebastián Piñera, el domingo pasado, se sintió llena de gracia y de optimismo sincero, respecto de aquellas familias que recibieron una nota tan escueta como esperanzadora: "Estamos bien en el refugio. Los 33". Piñera le contagió al mundo lo que tiene de sobrecogedora esta historia impresionante de lucha contra esa adversidad profunda y oscura de los mineros.
Muchas preocupaciones gravitan en torno a la suerte de los obreros: ¿tendrán la fortaleza sicológica y física para aguantar su complejo y paciente rescate (que tardará entre dos y cuatro meses, según los expertos)? ¿Están totalmente a salvo de un nuevo desprendimiento de rocas o del colapso total de la mina? ¿Los acompañará la suerte de que no se desaten enfermedades y epidemias que atenten contra su salud y sus vidas? ¿Tendrán asegurado proveerse de alimentos y de agua sin correr riesgos durante las excavaciones del operativo de rescate?
Son interrogantes resueltos con respuestas parciales. Se trata de una esperanza frágil, tejida por las manos de ellos que se abrazan y se apoyan mutuamente bajo la oscuridad, y por las manos de quienes trabajan a toda marcha por sacarlos a la luz.
Los testimonios de los familiares de los mineros -recogidos por este diario- transmiten ese optimismo: "La alegría es inmensa... mi hermano y sus compañeros pueden aguantar porque son fuertes y saben que los vamos a sacar". "Saber que están bien nos deja tranquilos. (...) un abrazo para toda la gente que ha orado por ellos, estos 17 días han sido una eternidad".
Este rescate nos pone en los límites de los mejores valores y expresiones de la condición humana. Este episodio nos grita a todos, nos alecciona y nos dice: ¡qué bella y valiosa es la vida! ¡De qué somos capaces por defenderla! En distintas circunstancias y contextos, la alegría y la lucha del pueblo chileno, azotado este año por desastres, nos recalcan que 33 vidas son un tesoro que vale la pena sacar de la tierra. Hay un mensaje, por ejemplo, para nuestro país: unámonos y no dejemos caer a la tumba a miles de compatriotas cada año.
Chile, que celebra la sobrevivencia de 33 hermanos, nos está demostrando que no todas las tragedias terminan tan mal. Y lo mejor: que es posible salir de ellas si estamos unidos.
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