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Navidad de perros

  • Navidad de perros | Juan José Hoyos.
    Navidad de perros | Juan José Hoyos.
07 de enero de 2012
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"Mañana es el día de la alborada mataperros" dijo el taxista. Yo no comprendí sus palabras. Sabía que existían las alboradas musicales en las fiestas de los pueblos, pero jamás había oído hablar de esa clase de amaneceres. Tampoco vi el resplandor. Era la tarde del 30 de noviembre y el cielo empezaba a ponerse oscuro. Él trató de explicarme de qué hablaba, mostrándome en el horizonte las luces de colores: "Mañana es el día de los perros muertos".

¿Perros muertos? me dije mientras veía caer de las nubes los gajos de luces verdes y amarillas como si fueran flores. No alcanzamos a hablar más del asunto porque ya había llegado a mi casa. Sentí alivio cuando abrí la puerta y Caramelo se lanzó a recibirme chillando de alegría y agitando su cola.

Al amanecer, me despertaron varias explosiones. Cuando me senté en la cama vi el cielo iluminado a través de la ventana y volví a acostarme, tranquilo. "Estamos en diciembre" me dije. Caramelo dormía en paz echado sobre su cobija en un rincón del cuarto.

Dos días después leí en el periódico esta noticia: "Quemados restaron alegría a la alborada. El fiestero trasnocho para recibir a diciembre dejó 13 personas quemadas en el Valle de Aburrá. Diez de ellos son niños". Entonces pensé: las fiestas son bonitas y alegran el corazón, pero también lo acongojan porque casi siempre hay víctimas: si no que lo digan los cerdos que van a morir el 24.

Ya era mitad de diciembre. Caramelo seguía tranquilo, aunque a veces, por la noche, escondía la cola entre las patas y se le caían las orejas cuando lo aturdían los estallidos. Luego se echaba a mi lado y se dormía. Yo me dejé contagiar de su estado de ánimo. Hasta que encontré en las páginas del periódico la historia de Tino.

Tino era un perro viejo y casi ciego que vivía en una casa con balcón, en un tercer piso. Elisa, su ama, se dio cuenta de lo que había pasado por los gritos de los vecinos. Esa tarde, el perro dormía tranquilo en el balcón. De pronto, en el vecindario, estalló una papeleta. Tino despertó espantado, trató de correr, dio un salto y se lanzó al vacío. Ella lo recogió en la calle ya casi moribundo.

Según contaba el periodista Alejandro Gómez, los veterinarios nada pudieron hacer por ese perro viejo cuando llegó a sus manos con el cuerpo destrozado. Elisa se limitó a decir que no creía que Tino se hubiera suicidado, sino que se había asustado mucho con la pólvora. Recordó que siempre que llegaban las fiestas de diciembre el animal se angustiaba y corría, desesperado, cada que en el barrio empezaban a encender fuegos artificiales.

Me dejó preocupado una advertencia de los médicos: "Este mes puede resultar fatal para los perros que le temen al estruendo de la pólvora. Algunos corren hasta perderse, otros pueden morir de estrés. Diciembre los deja aturdidos".

"En los días de diciembre", decía la médica veterinaria Sara Carmona, "es común que se extravíen perros porque algunos de los que se asustan con el sonido de la pólvora salen corriendo hasta que no son capaces de regresar a su hogar". Un directivo de la Sociedad Protectora de Animales explicaba que casi siempre los perros extraviados terminan atropellados por los carros o se deprimen y por lo general mueren al sentirse alejados de su hogar.

Desde ese día no le quité el ojo de encima a Caramelo y siempre que salía con él a dar una vuelta por el barrio vigilaba cada uno de sus movimientos y lo jalaba de la traílla hasta casi asfixiarlo. Y sobre todo estaba atento a sus orejas porque en el periódico también había leído que los perros captan sonidos de hasta 60 mil mega hertzios, mientras los humanos solo escuchamos hasta 10 mil.

Caramelo sobrevivió la alborada mataperros y las fiestas de fin de año sin tapones en las orejas. Yo también. Los dos pasamos contentos. Yo un poco menos porque durante todo el mes pensé en las palabras del taxista. Hoy me digo: las fiestas de la Navidad son las más hermosas del año. Por eso las esperamos con alegría. Pero nos despedimos de ellas con alivio.

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