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NECESITAMOS UN SEGUNDO PARTIDO

  • Thomas L. Friedman | Thomas L. Friedman
    Thomas L. Friedman | Thomas L. Friedman
14 de febrero de 2012
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Al observar al Partido Republicano luchar para ponerse de acuerdo en un candidato presidencial, uno se pregunta si no sólo debería dejar pasar estas elecciones, sólo dejar pasar el 2012.

¿Saben cómo en Scrabble a veces uno mira las siete letras que tiene y sólo hay vocales que no forman ninguna palabra? ¿Qué hacer? Uno vuelve al montón. Regresa las letras y espera recoger unas mejores con las cuales trabajar. Pareciera que eso es lo que los electores republicanos están haciendo en las primarias. Siguen regresando al montón, pero sólo sacan vocales que no forman palabras.

Existe una razón: su montón es anticuado. El Partido se ha dejado convertir en cautivo de bases ideológicas en conflicto: activistas contra el aborto, activistas contra la inmigración, conservadores sociales preocupados por la santidad del matrimonio, libertarios que quieren encoger al gobierno y defensores de menos impuestos que quieren ahogar al gobierno en una tina de baño.

Lo siento, no se pueden abordar los grandes desafíos que enfrenta Estados Unidos hoy con la mezcla incoherente de posiciones inflexibles. He argumentado que quizá necesitamos un tercer partido para destapar a nuestro sistema político.

Sin embargo, es una apuesta arriesgada. Lo que definitiva y urgentemente necesitamos es un segundo partido; una oposición republicana coherente que ofrezca propuestas conservadoras constructivas sobre los problemas clave y esté preparada para compromisos estratégicos para hacer avanzar sus intereses y los del país.

Sin eso, lo mejor de los demócratas -que ha estado dispuesto a comprometerse- no tiene socios y lo peor tiene pase libre para su propio pensamiento mágico. Ya que tal Partido Republicano transformado es altamente improbable, quizá lo mejor sería que quedara aplastado en esta elección y se viera obligado a hacer un replanteamiento fundamental -algo por lo que tuvieron que pasar los demócratas entre 1980 y 1988-. Necesitamos un “tipo diferente de republicano” en la forma que Bill Clinton nos dio un “tipo diferente de demócrata”.

Porque cuando veo los tres grandes retos de Estados Unidos hoy día, no veo que los candidatos republicanos ofrezcan respuestas realistas a ninguno de ellos.

El primero es responder a los desafíos y las oportunidades de una era en la que la mundialización y la revolución de la tecnología informática se han intensificado dramáticamente, creando un mundo hiperconectado. Se trata de un mundo en el cual la educación, la innovación y el talento se recompensarán más que nunca antes. Se trata de un mundo en el que ya no habrá países “desarrollados” y “en desarrollo”, sino sólo países PMI (que permiten mucha imaginación) y PPI (los que sólo permiten poca).

Y se trata de un mundo en el que Estados Unidos está conectado directamente para prosperar -siempre que invirtamos en mejor infraestructura, educación superior para todos, más inmigrantes talentosos, normativas para incentivar la toma de riesgos y evitar la temeridad, e investigación financiada por el gobierno para empujar las fronteras de la ciencia y permitir que nuestros capitalistas de riesgo arranquen las mejores flores-. No hay forma de que podamos florecer en esta era sin este tipo de asociación pública y privada. Necesitamos un gobierno fuerte, pero limitado, que posibilite que nuestras empresas e individuos compitan mundialmente. Es el tipo de sociedad pública y privada que abrazaron republicanos como Dwight Eisenhower y George H.W. Bush.

El segundo de nuestros retos a largo plazo es nuestras enormes deuda y obligaciones de ayuda social. No se pueden arreglar sin aumentar y reformar los impuestos, ni sin recortar la ayuda social y la defensa. No podemos, absolutamente, sólo reducir la ayuda social y la defensa. Eso pondría en peligro la seguridad personal y la nacional de cada estadounidense. Debemos también reformar los impuestos para recaudar más ingresos.

Sin embargo, cuando todos los candidatos republicanos dijeron el año pasado que no aceptarían un trato con los demócratas que implicara siquiera un incremento de un dólar en los impuestos a cambio de 10 dólares de recorte al gasto, el Partido Republicano se incomunicó de la realidad. Se convirtió en un partido radical, no en uno conservador. Y que los candidatos se envolvieran en una versión caricaturesca de Ronald Reagan -un verdadero conservador que aumentó los impuestos, incluido el de la gasolina, cuando descubrió que sus propios recortes habían ido demasiado lejos- es fraudulento.

Nuestro tercer gran reto es cómo energizamos nuestro futuro -sin contaminar peligrosamente ni calentar la Tierra- a medida que la población mundial crece de siete mil millones a nueve mil millones de habitantes para 2050, y cada vez más de ellos quieren conducir, comer y vivir como estadounidenses. ¿Dos mil millones de personas más que quieren vivir como nosotros? No podemos perforar para salir de ese desafío, razón por la cual las siguientes grandes industrias mundiales serán la eficiencia energética y la electricidad limpia. Los verdaderos conservadores -como Richard Nixon, el padre del Organismo de Protección del Ambiente, y George H.W. Bush, el autor del primer acuerdo de tope y trueque para contener la lluvia ácida- creen en conservar. A los candidatos republicanos actuales los tienen tan atrapados los cabildeadores del petróleo y el carbón que no pueden pensar seriamente en esta enorme oportunidad para la innovación energética.

Mientras el Partido Republicano no deje de ser radical y vuelva a ser conservador, no proporcionará lo que más necesita el país ahora: competencia; competencia con los demócratas sobre los problemas que determinarán si prosperamos en el siglo XXI. Necesitamos escuchar políticas fiscales, energéticas, migratorias y conceptos de asociaciones públicas y privadas conservadores, no radicales. ¿Por favor, podría alguien devolvernos a nuestro segundo partido? Se ha privado al país de un debate adulto.

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