¿Quién no ha soñado, ya despierto, con salir de casa a las 2 a.m. para caminar tranquilo hasta llegar a un café, sentarse sin afán, pensar en silencio y esperar, si el insomnio es largo o el lugar es cálido, la llegada del alba o del repartidor de periódicos? ¿Quién no ha querido cortarse el cabello a horas extremas, consignar en un banco a eso de las 5 a.m., porque a veces el día no alcanza, o simplemente ir a cine? Yo sí he soñado muchas veces con esto en este país donde la noche, pareciera, sólo es sinónimo de cosas malas.
Y claro, el estigma de la noche no es cualquier bobada, más cuando esta semana la Asociación Colombiana de Droguistas anunció que cerrarían gradualmente las droguerías de Bogotá en la noche si las condiciones de seguridad no mejoran. En los últimos dos meses asesinaron a dos comerciantes del sector farmacéutico.
A raíz de esto pensemos qué pasaría si un país como el nuestro, que no pocas veces ha hablado de activar la vida nocturna, termina por acabarla del todo por miedo. Es claro que si una ciudad está viva de noche es porque ha dejado de temer; por eso programas como Medellín o Bogotá despierta, por ejemplo, deberían ser mínimo una vez al mes, no cada año, hasta que se genere una cultura, un agrado hacia la noche.
No es posible que en vez de ganar espacios en la noche empecemos a perderlos. Es necesario que además de las urgencias en los hospitales, las funerarias, las chazas de tinto y mecato para los taxistas y de una que otra cantina con borrachos eternos que se acomodan sobre las mesas y los andenes, también a la noche la acompañen despiertos otro tipo de sitios como los teatros, las panaderías, las librerías, el transporte público, el metro que nunca debería detenerse.
Ya algunos supermercados han decidido no cerrar nunca más en la ciudad y en Bogotá, me contaron hace poco, un gimnasio funciona 24 horas, pero todavía falta mucho para que la noche no termine cuando se apague el interruptor de la luz.
Puede que la comparación no venga al caso, pero el año pasado en una ciudad perdida de Estados Unidos, nada que ver con una de las grandes ciudades como Nueva York o Chicago, se me pasó el amanecer de un lunes sin darme cuenta. Era la primera vez que me quedaba tanto tiempo en un Starbucks esperando a que el mesero se me acercara y me dijera que ya iban a cerrar. Pero eso nunca pasó, ese lugar olía a café todos los días del año. Nada que ver con las tiendas Juan Valdez que abren tan tarde y cierran siempre tan temprano.
No me las voy a dar de noctámbulo, lastimosamente les temo a ciertas calles solitarias y oscuras, especialmente en Bogotá, pero no dejo de desear, cada que me coge un antojo en la noche, que sería fantástico no tener que esperar hasta ver la luz del día para cumplirlo. La noche hace parte de la vida, no sé por qué nos hemos encargado de velarla como si durante esas horas las calles sólo fueran para los muertos.
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