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Nos estamos volviendo una sociedad enferma: Carlos Romero

Carlos Romero, esposo de Clara López, orgulloso exconcejal de Bogotá,con alma vallenata.

  • Si la candidata del Polo gana, Carlos tiene claro que no le dirá: “presidenta, mande, porque de pronto, me manda de verdad, verdad”. FOTO Raúl Palacios-Colprensa
    Si la candidata del Polo gana, Carlos tiene claro que no le dirá: “presidenta, mande, porque de pronto, me manda de verdad, verdad”. FOTO Raúl Palacios-Colprensa
08 de mayo de 2014
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Carlos Romero, esposo de Clara López, orgulloso exconcejal de Bogotá, con alma vallenata.

Carlos Romero nos recibió en la sede de la campaña de su esposa Clara López. Mientras esperábamos en dos sillas Rimax, teníamos al frente un sofá cubierto con una cobija y un cuadro tricolor con rostros que mostraban sufrimiento. A su izquierda, una escultura tamaño natural de la Virgen. Parecía que nuestros nombres habían desaparecido, todos allí éramos llamados “compañeros”.

Entramos a la oficina de este abogado rodeado de libros. Era oscura, pero la voz de este samario, vallenatomaníaco, era calurosa, alegre y traía interminables historias que incluían su juventud revolucionaria, sus ratos con amigos jugando póker, el orgullo por su legado como concejal de Bogotá, las risas con las historias mentirosas de Calandro…

Así pasaron un par de gratas horas con el sabor de la costa, con un hombre que siendo hijo tan solo del presidente de un sindicato enamoró a la mujer que tenía cuatro expresidentes de la República en su árbol genealógico.

¿Quién es Carlos Romero?

Soy un luchador nato. Un luchador de nacimiento. Mi padre era dirigente de la zona bananera en la época en la que nació Gabo, en 1928, el año en el que ocurrió la matanza de unos 1.500 trabajadores por parte del Ejército y cumpliendo órdenes de la United Company. Mi padre fue condenado a 28 años de cárcel por participar en ese acto. Desde luego nunca los cumplió porque se internó en la Sierra Nevada de Santa Marta huyéndole a que lo detuvieran.

Pero volvamos a Carlos Romero…

Bueno, estudié tres años de Medicina en Argentina. Mi padre me advirtió: si tú te vas a estudiar a Bogotá no te financio porque sé que te vas a matar en Bogotá. Estamos hablando de la década del 50. No se olvide que en el año 54 hubo una matazón de estudiantes aquí. Yo termino bachillerato en 1953 en el Liceo Celedón de Santa Marta y mi padre me envía a estudiar Medicina y me afilio allá a la Juventud Comunista Argentina. Me convierto en un dirigente importante de la Juventud Comunista de Argentina.

¿Es ese su primer contacto con la actividad política concreta?

No, esa fue la complementaria. Mi primera actividad política fue en Santa Marta. Cuando yo estudiaba bachillerato formaba parte de las Juventudes Liberales. Entonces en esa época el dirigente más importante del partido Liberal en el Magdalena era Hernando Fuentes, un destacado abogado. Nosotros en 1948 participamos con un grupo importante en la manifestación que se hizo en protesta por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Entonces esas fueron mis primeras actividades políticas dentro de las juventudes del Partido Liberal.

¿De dónde nació esa pasión por la política y por defender sus ideas?

Bueno le quiero decir que mi padre fue un ejemplo. Mi padre fue un luchador y yo lo admiraba sabiendo que era un dirigente obrero extraordinario, que había expuesto su vida por apoyar al resto de los trabajadores. Entonces yo en cierta forma era un enamorado de mi padre. Pero en el barrio Pescaíto, donde yo vivía, había dos dirigentes comunistas: Fermín Montesinos y Miguel Ruso, ambos destacados dirigentes comunistas, y ellos me hacían llegar la prensa comunista y además comenzaron a entregarme algunos libros, por ejemplo el manifiesto comunista, del que hice una copia y lo llevé al liceo e hice un círculo de estudio.

¿Cuáles son sus creencias espirituales?

Siempre he dicho: si Dios existe, yo estoy muy bien con Dios, porque siempre he hecho el bien y siempre he trabajado por los demás.

¿Pero cree en Dios?

Sí. Yo creo que existe un ser supremo, no sé cómo se llama. Algunos lo llaman el gran arquitecto, como dicen los masones; es el gran arquitecto de la humanidad. Yo pienso que existe el gran arquitecto. He logrado formarme en un ambiente con una tendencia de tolerancia. Mi mujer es católica, practicante. Yo la acompaño a misa y escucho con mucho respeto sus oraciones porque sé que son oraciones bien intencionadas, entonces el hecho de que yo no sea practicante, sin embargo teniendo una mujer católica y cristiana legítima, eso me lleva a respetar esas creencias.

¿Tiene alguna filosofía de vida o alguna actitud de vida a la cual le apueste?

Le voy a decir esto. Yo he sido nueve veces concejal de Bogotá y los invito a que examinen lo que yo tengo. Yo no tengo casa ni apartamento. Tengo un CDT de 30 millones de pesos que tengo guardado para mis funerales. Creo que lo voy a descontar esta semana porque tengo un hermano con cáncer en el pulmón y estoy tratando de llevarlo -eso que usted ve ahí son las copias- a Cuba. Entonces si hay algo espiritual que me ayude a mi es que he practicado una religión muy importante: la de no apegarme a los bienes materiales ni al dinero. Nunca me ha interesado el dinero, no lo tengo ni lo voy a tener y estoy feliz con eso. Afortunadamente tengo una mujer que ha entendido muy bien eso. Estoy contento con eso, me siento feliz, me siento realizado.

¿Qué lo hace reír?

Soy muy elemental. Tuve un gran amigo que fue un escritor muy importante, David Sánchez Juliao, y teníamos tertulias permanentes porque él era buen cocinero y yo buen comensal, pero cocinábamos juntos y comíamos juntos, entonces poco a poco entre nosotros fuimos edificando algunos personajes. Por ejemplo, creamos un personaje recogido de las viviendas de la Costa Atlántica que se llamaba Calancho, el mentiroso, el hombre que exageraba todo. A través de los chistes de Calancho nosotros nos reíamos, gozábamos, una cosa muy especial. Eso me hacía reír.

¿Qué le enoja, qué le molesta sobremanera?

Primero que todo lo que más me molesta es la injusticia. Yo no puedo soportarla, soy un rebelde completo con todas las barbaridades que se cometen. Y me molesta también lo que está ocurriendo con la justicia. No me gusta. Casi que me hace sufrir. Lo que ocurrió con Petro, puede ser destituido de una manera arbitraria, ahora restituido, muestra que en Colombia no hay seguridad democrática, no hay seguridad jurídica. En un país donde no hay seguridad jurídica, no puede haber justicia. Usted no sabe lo que puede ocurrir mañana. Eso es lo que me hace enojar y además me hace sufrir mucho porque yo quisiera que en Colombia existiera un mínimo de justicia. ¿Sabes qué me molesta? El otro día vi que había 2.600 colombianos que en corto tiempo habían renunciado a la nacionalidad colombiana. ¿Usted leyó eso? 2.600 colombianos han renunciado, ya no se sienten colombianos y han adoptado otra nacionalidad y les preguntan por qué han renunciado. Y uno de ellos dijo: porque protesto contra el delito. Todavía siento un poquito de frustración porque a pesar de mi lucha durante tantos años, no voy a ver -o de pronto sí- una Colombia diferente. Por eso es importante lo de Clara. Clara sí va a arreglar esto. Clara va a acabar con esta inseguridad jurídica que hay en Colombia y estas injusticias. Me molesta la injusticia y me molesta que nuestro país no sea un país habitable, vivible, dignamente aceptado en el panorama internacional porque es un país mirado como un país de cafres, de delincuentes y de violentos, la gente no respeta la vida. Necesitamos realmente un remezón muy grande para recuperar terreno de labores.

¿Qué le entristece, qué le produce un gran dolor?

A mí me produce un gran dolor la miseria externa de la gente. Eso me aterra. Esta mañana me ocurrió algo: fui a un cajero automático a retirar unos pesos. Y había un señor que aparentaba por lo menos tener cien años, muy pobre, cadavérico, con una mirada pérdida, sentado en un andén. Y yo pasé y me miró y me dijo: camarada Carlos Romero, creo que de pronto fue un luchador de ese tiempo que cayó en la miseria, en la pobreza absoluta. Eso me parte el alma. Este es un país realmente con unos problemas y eso tiene que entristecer a cualquiera, a mí me afecta mucho más. Eso no me deja dormir, pensar que exista esa clase de poder...

Frente a esas realidades tan duras que hay, necesitamos espacios para alimentar el alma. ¿Cuáles son los suyos?

En mi juventud fui atleta, un semi fondista. Yo corría 800 y 1.500 metros planos. Esa fue siempre una afición muy grande, el atletismo. Mirar a la gente practicar, competir, eso para mí fue una gran afición. Tengo un hobby todavía: un grupo de amigos costeños contadores de chistes, mamadores de gallo con los cuales juego póker.

¿Cada cuánto? ¡Qué delicia!

Sí, nos encontramos. Yo voy a la casa de ellos, ellos van a mi casa. Nos reunimos 5 o 4 a jugar cartas y a decirnos mentiras, que estamos ganando tanto. Entonces es un grupo de costeños muy destacados, de distintas partes. Recuerdo que un día estábamos jugando, entonces decía Julio Avendaño: un millón y dos millones más, entonces yo le decía: dos millones y dos más, entonces mi mujer estaba allá en el cuarto y dice: ¡Carlos: estás apostando la casa!. Esa es una anécdota de las cosas que ocurren cuando jugamos póker.

Usted ha sido una persona con una carrera pública importante. ¿Cuál ha sido el mayor orgullo profesional?

Bueno, primero que todo cuando yo estudié Derecho, mis profesores siempre respetaban mucho mis exposiciones. Cuando hacía exposiciones sobre el Derecho Penal o algún aspecto del Derecho Administrativo, ellos se sentían muy orgullosos. Son recuerdos muy importantes, mis estudios de abogado. Pero mi realización, mi orgullo, lo que más alegría me ha dado, fue la primera vez que fui elegido concejal de Bogotá porque yo era un dirigente interno del Partido Comunista y de pronto me nombraron candidato y salí elegido ampliamente. La mayor parte de las veces fui catalogado como el mejor concejal de Bogotá, el que mejores debates hizo y eso para mí es motivo de orgullo porque es el ejercicio de la profesión. Yo digo: la profesión de Carlos Romero no es abogado sino concejal.

Usted se tiene que marginar del Concejo para darle espacio a su esposa. ¿Es un acto de generosidad de su parte?

No he cedido nada, todo se lo ha ganado ella. Clara nunca ha exigido eso. Todo lo contrario, ella siempre me ha abierto el camino. Estuvimos tres años huyendo en Venezuela porque nos iban a matar, ya habían ido hasta mi casa con las motos y tuvimos que salir volados y terminamos en Venezuela, no amparados por el gobierno venezolano, sino amparados por muchos amigos que tenemos allá y en una ocasión regresamos a una visita acá casi que clandestinamente y a Clara le ofrecieron nombrarla Auditora General de la República, algo importante porque era su terreno de actuación. Pero se acababa de conformar el Polo Democrático y me encontré con Antonio Navarro y Gustavo Petro y me dijeron: ya son las elecciones, usted por qué no va para el Concejo de Bogotá. Y entonces llamé a Clara y le conté y ella me dijo: bueno tú verás.

¿Cuál fue el momento en que se ha sentido más orgulloso de Clara?

Te voy a contar esto. El momento en que yo me he sentido más orgulloso es cuando resolvió marcharse de Colombia para proteger no la vida de ella, sino la vida de ambos en medio de una situación muy difícil porque nos tocó abandonar todo. Y entonces me dije: una mujer que es capaz de abandonar su casa, su todo, en la práctica era acompañándome a mí porque el amenazado de muerte era yo en ese momento. Me sentí muy orgulloso de contar con una mujer capaz de hacer semejante sacrificio para proteger la vida mía y la de ella también. Ella había podido haberse ido para España o para otro lado, protegida por su familia...

¿Qué pendientes tiene en su carrera?

Lo único que me falta es contribuir de manera eficaz a la elección de Clara como Presidente de la República. Pienso que si Clara va a la segunda vuelta, y es muy probable, puede ser presidenta. Y creo que eso sería la máxima realización mía, lo que tengo pendiente.

Pasemos un poco a la historia de amor de ustedes, muy conocida por todos en Bogotá porque era una mezcla de muchas cosas: dos regiones distintas del país, porque Bogotá finalmente es una región más bien de dos familias unidas y políticas distintas. ¿Qué hizo que esa incompatibilidad de caracteres se volviera justamente la llama que los unió y los ha mantenido juntos estos años?

Conocí a Clara cuando ella fue concejal por el Nuevo Liberalismo. La vi haciendo sus debates, emulando conmigo y nunca defendió una causa injusta. Siempre estuvo del lado del desposeído, del necesitado, de las necesidades de la ciudad, entonces eso me mostró que había una descendiente de los López diferente. Yo creo que eso nos acercó, eso hizo que pudiéramos ser amigos. Después ella estaba de Contralora, dentro de su núcleo del Nuevo Liberalismo y no quería darle participación a la Unión Patriótica. El presidente del Concejo nos invita a comer y así establecimos nuevos puentes de comunicación, se restablecieron las buenas relaciones. Pero yo estaba convencido de que era casi imposible, de orígenes diferentes, ella tenía cuatro expresidentes de la República en su familia y yo solamente un presidente de un sindicato. Esas barreras se rompieron en la medida en que nos fuimos conociendo, en la medida en que ella también fue capaz de superar las barreras de clase que existían, porque ellas fueron formadas con mucha influencia de su padre Álvaro López y el padre fue gran maestro de la logia de Colombia. Creo que tiene la máxima condecoración masónica. Pienso que esa noción de amplitud y libertad que tienen los masones se la transmitió a ella. Venía de una formación en la que el impedimento de clases no era absoluto, pero existía. Creo que la familia, desde luego, no miraba muy bien que Clara se casara o se juntara con un hombre que no solamente era comunista sino pobre. Yo creo que lo peor que le puede pasar en esa sociedad a una persona es ser pobre. Logramos superar con gran esfuerzo de ella y mío y hoy estamos integrados totalmente. Ya cumplimos 30 años de vida juntos y las relaciones son óptimas.

¿Hay algún momento especial que usted recuerde en el que dijo: esta mujer me gusta y voy a dar esta pelea? ¿Alguna escena que tenga en su memoria?

Sí claro. Con mi trayectoria de ser uno de los mejores concejales de Bogotá también tenía posibilidades de conquistarla, pero cuando la conocí a ella, me pareció que si se llegaba a construir algo era una cosa que valía la pena y que rompía barreras. Un día estaba en mi casa y ella fue allá con su carro y me invitó a su casa. Ese gesto de irme a buscar, fue definitivo porque mostró que estaba interesada y que podíamos construir algo. Que puede tener las dificultades propias de cualquier matrimonio pero siempre en el ámbito civilizado, noble, de mejor intencionado. Nos consultamos todo, no hacemos cosas por nuestra cuenta. Tenemos una caja común. Tenemos una vida bien acoplada. Tenemos una relación muy estrecha, muy cordial, muy chévere. Hemos desarrollado una relación de pareja envidiable, digámoslo así.

El vallenato está presente en sus vidas. ¿Hay alguno que sea como el de los dos?

Más que un vallenato, algunos autores. Tuvimos la suerte y la dicha de ser muy amigos de Luis Enrique Martínez, el llamado Pollo Vallenato. Él iba a la casa y tocaba, entonces todo el repertorio de Luis Enrique Martínez que ella quiere escuchar. Claro a veces me dice: bueno ya por hoy, déjame poner a Beethoven o a Mozart porque yo también escucho música clásica, pero ella con más frecuencia que yo. Otro autor que nos gusta es Abel Antonio Villa. Desde luego ahora el intérprete favorito es el hijo mío, él tiene su conjunto.

¿Cuál es la canción que interpreta su hijo que más le gusta?

A ver, uno que se llama “La parrandita”.

¿Y cómo dice?

Es una historia en la que se narra el amor que el costeño tiene por la parranda. Entonces se llama la parrandita en diminuto. Es un canto a la parranda.

Me dijo que tratan siempre de almorzar juntos. ¿Esa es la rutina familiar que más valora o hay alguna otra que aprecie bastante?

Toda. Nosotros almorzamos juntos y es casi un rito entre nosotros. Pero creo que los momentos que más celebramos son los del intercambio de ideas que tenemos sobre los libros que leemos. Ella me lleva una gran ventaja porque es bilingüe y yo solo en español. Pero casi todos los libros que ella lee en español los leo yo y a la inversa. Entonces tenemos la oportunidad de conversarlo, de intercambiar ideas o de leernos párrafos, esos son momentos muy lindos. Porque es cuando compartimos algo que hace parte de nuestra formación, forma parte de nuestra integración cultural, sí.

¿Cuáles son los cinco libros que no podría dejar?

El primero sería Cien años de soledad, que lo leí mucho. El segundo sería, Así se templó el acero de Gorki, el tercero sería La madre de Gorki, el cuarto libro que yo leería, hay uno de un escritor brasilero, que son tres tomos, Subterráneos de la Libertad, de Jorge Amado, lindísimo porque es la historia de Luis Carlos Preste. Luis Carlos Preste fue un dirigente político, pero son tres tomos, ese libro lo volvería a leer yo porque es una historia que contempla todo. Es un Cien años de soledad brasilero, pero lo único es que Gabo quería hacer Cien años de soledad en una sola casa. Que todo ocurriera en una sola casa. Después se dio cuenta que era imposible, entonces creó a Macondo. Esa es la genialidad de Gabo. Escribir todo lo que Amado escribe en tres tomos, él lo escribe en uno solo y que él logró abarcar más hechos.

Quiero volver a una cosa que me dijo: ¿cómo será ese entierro? Porque veo que lo tiene planeado...

Pues todo el mundo se ríe porque piensan que yo soy eterno. Mi mujer dice que yo soy eterno. No, yo no sé cómo va ser. El otro día tuve una discusión con un amigo mío, Elkin Mesa, que estaba contento porque en menos de dos horas incineraron a Gabo. Y le decía, a ti no te gusta la costumbre que tienen los costeños de hacerle nueve noches al muerto. Creo que no es un derecho del muerto, sino un derecho de la gente, de rendirle tributo a los muertos. Es un derecho. Nadie puede transformar la gente y convertirla en cenizas para que nadie le rinda culto. Sé que si muero, la gente va a reconocer lo que yo hice por esta ciudad. Me siento orgulloso de haber contribuido, sin ser bogotano, a construir a Bogotá tal como es Bogotá.

Pero se me salió del entierro, ¿de qué manera le van a rendir culto?

De reconocimiento.

¿Pero va dejar algunas instrucciones?

No, no voy a dejar instrucciones.

No sé… ¿de pronto que se oiga “La parrandita”?

Eso sí tenga la seguridad que el entierro mío será con vallenato y sin llantos, puro vallenato. Yo no soy vallenatólogo, yo soy vallenatomaníaco.

¿Cuál es el mejor gesto de Clara? ¿Ese que cuando usted la ve, más le gusta?

Cuando se ríe. Ella es auténtica. Cuando se ríe me contagia enseguida. Yo le hago un chiste costeño y ella se ríe como loca. A veces le echo un chiste y me dice: ese chiste es grosero.

¿De las propuestas de Clara, cuáles son las tres que más le gustan y en cuáles no está de acuerdo?

La que más me gusta y que ella ya logró realizar en parte en Bogotá es la de la educación gratuita para todos los colombianos. Eso no es una palabra, eso ya es un hecho porque ella ya lo hizo en Bogotá. Segundo, hay una cosa muy linda que hizo Clara que tendrá que extender al país y es el mínimo vital en consumo de agua. Es decir, la gente necesita tener como garantía un mínimo de 50 litros diarios. Y lo tercero tiene que ver con la salud. Eso sí que lo siente Clara. Ella fue atendida en una ocasión en el Hospital Simón Bolívar y sueña con algo que yo comparto de verdad: cree que la salud pública es una necesidad para atender a todos los enfermos de Colombia. Yo creo que estas tres cosas. Y yo le agregó una más: dentro de sus objetivos está establecer una democracia verdaderamente pluralista en Colombia, donde nadie se sienta perseguido ni excluido. Yo creo que tengo mi diferencia en lo que tiene que ver con el tratamiento de temas bien complicados como son los de la igualdad de género. A mí me parece que los homosexuales merecen respeto, pero no estoy de acuerdo que se haga a costa de ni alrededor de esto, ni alrededor del aborto. El aborto solamente lo acepto tal como lo define la Corte Constitucional: en caso de que peligre la vida de la mujer, ahí sí se justifica. De lo contrario, todos los niños deben nacer y la sociedad tiene que encargarse y prepararse para eso. Son matices muy importantes, pero yo los siento así. De pronto Clara me dice: es que tú eres muy machista. Tiene toda la razón, yo soy un poco machista, pero en el buen sentido de la palabra. No el que irrespeta a la mujer sino el que respeta a la mujer y respeta al hombre. Y la otra variante de la homosexualidad es una excepción que debe respetarse. Creo que lo normal es que exista el hombre y la mujer, lo otro es una desviación que tiene desde luego repercusiones fisiológicas, problemas hormonales y todo, pero es una desviación sexual que se aparta de los órganos principales del hombre y la mujer.

¿Qué piensa del tono del debate entre el expresidente Uribe y el presidente Santos?

Esa es una pelea de comadres de vereda. Se están diciendo las verdades, chocan. Por ejemplo que él habla, que acusa, Uribe conocía que le iban hacer un atentado al otro. Todo eso da tristeza y eso lo que muestra es que no tienen argumentos, porque es que el pasado de ambos coincide. Cuando uno llega a la grosería no tiene argumentos. Porque cuando uno tiene argumentos no tiene porqué acudir a la grosería.

¿Si Clara gana la presidencia, qué le va a decir en ese primer momento, esa primera palabra?

No le puedo decir “presidenta mande”, porque de pronto me manda de verdad, verdad. Si ella es presidenta de la República voy a decirle una frase que ella siempre repite de Galán: hay que decir lo que se siente y hacer lo que se dice.

¿Y si ella pierde qué le va a decir?

Si ella pierde, la voy a condecorar porque habría dado una batalla extraordinaria en favor de la democracia del pueblo colombiano. La voy a invitar a pescar a Neguanje (Tayrona) y le voy a dar un caracol de premio. A ella le gustan mucho los caracoles. Y se los voy a obsequiar porque el caracol además significa la persistencia de ella. Clara tiene muchas batallas que dar todavía. Yo no creo que va a perder porque va a ganar.

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