Hace dos años, con el país en problemas y presos de la desesperanza, no confiábamos que ese hombre que acabábamos de elegir como presidente, pudiera cumplir todas sus promesas y darnos esa esquiva felicidad que buscábamos desde los tiempos de Bolívar.
Los nueve millones de colombianos que en ese entonces votamos por Santos, un poco incrédulos, no contábamos con la infinita capacidad de este hombre, quien poseído por los dioses, hizo milagros para que alcanzáramos el anhelado “sueño colombiano”.
Cuando iniciamos este apoteósico gobierno, Santos nos prometió que si en cuatro años cumplía con todas sus tareas, no aspiraría a su reelección. Hace unos días, mientras Santos le daba la “Vuelta a Colombia” presentando su gestión, nosotros, los miembros de su campaña, al escuchar los resultados, sentimos un agridulce sabor entre felicidad y tristeza.
Sentimos felicidad, porque Santos, quien nunca miente, nos convenció que tiene a los guerrilleros arrodillados, pidiendo cacao. Para Santos, el problema del desempleo es pan comido y ya no es necesario reformar la justicia. Desde que Santos eliminó por decreto los trámites, se acabaron las filas y ya no se venden fotocopiadoras. Santos con un solo discurso, puso a funcionar el sistema de salud. Santos anuncia y Dios ejecuta.
Tanta felicidad en nuestros corazones, contrastaba con la tristeza de saber que Santos ha cumplido todas sus tareas y ya no aspirará a la reelección. ¡Qué tristeza tan horrible! Lo bueno no dura. Con todo ejecutado, Santos se puso el overol y en los meses que faltan, se dedicará a pintar la Casa de Nariño.
Angustiados, sabíamos que debíamos buscar urgente un sucesor para Santos. Pensamos en Íngrid, Piedad y Corso, pero por sus múltiples ocupaciones, podrían totear los mil huevitos de Santos.
Los huevitos de la prosperidad, debían ser recibidos por alguien experimentado y creíamos que solamente un expresidente, merecía recibir el legado de Santos.
Cuando escuchamos que Pastrana se lanzaría a la presidencia, nos ilusionamos y con globos azules enviamos a Roy y a Benedetti para decirle que lo apoyamos, pues creemos que el despeje, los diálogos y su experiencia, son la cerradura de llave de la paz de Santos. Pastrana, nos aclaró que todo era un chisme y que la presidencia no está a su altura. Lágrimas de angustia rodaron por nuestras mejillas.
Hablamos con César Gaviria, quien rechazó nuestra oferta, argumentando que no le quedaba tiempo para enseñarle a leer a Simón y dedicarse a administrar con Petro, el dispensador de marihuana de Chapinero. Con dolor, entendimos que no debíamos distraer a estos grandes líderes.
Con Uribe mutilado por la Corte y Belisario dedicado a la poesía, no nos quedó otra, que vestirnos de rojo, y salir a la calle gritando como locos: ¡Presidente Ernesto Samper, salve usted la patria!.
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