Una antigua sentencia popular afirma que si uno no sabe para dónde va, nunca llega.
Es por tanto necesario establecer una guía de valores y de principios, con metas claras para lograr conquistar aquello que es objeto de un firme propósito.
En el ámbito personal, lo anterior proviene de la autodisciplina, de la iniciativa y de la firme intención individual. Ahora bien, cuando se trata del orden colectivo resulta en absoluto necesario la presencia de un líder que trace el rumbo, que se constituya en la guía, en la luz y en el faro. Que sus objetivos sean lúcidos y verticales hasta lograr que otros lo sigan con fervor.
Sin esa fuerza magnética y seductora resulta imposible conducir a un equipo, a una familia, a una empresa, a una nación. Los grandes líderes a lo largo de la historia han dispuesto de ella. Mas este asunto del liderazgo no es algo tan simple como para que una sola competencia humana lo descifre.
Los líderes auténticos son una mezcla de múltiples virtudes. Obran con sensatez y buen juicio por tanto diferencian lo bueno de lo malo, son en consecuencia prudentes. Dan a cada quien lo que le corresponde porque practican la justicia. Saben vencer los temores pero no incurren en la temeridad porque poseen el don de la entereza. Se saben sujetar a la razón para obrar de forma moderada.
Tienen fe en sí mismos, en lo que hacen, en la gente que los rodea. Generan sueños de esperanza para motivar hacia la persistente ejecución. Son comprensivos de los demás y por ello son muy duros con los problemas pero suaves con las personas. Explican lo que quieren no el cómo se hace. Tienen iniciativa e inspiran hacia la innovación. Son estrictamente responsables en todos sus actos y no están cambiando sus decisiones para retroceder, para complacer o para huir de los conflictos.
¿Practican la prudencia nuestros dirigentes, los empresarios, los actuales gobernantes?
¿Reinará la justicia en nuestro medio o serán los mismos líderes quienes les atraviesan los palos a sus ruedas?
¿Estarán las decisiones trascendentales regidas por la fortaleza suficiente para huirle al temor de no acatar las influencias nefastas de los malos?
¿Reinará la templanza necesaria para reprimir el instinto de la codicia que hace primar el beneficio del gobernante sobre el de la comunidad?
¿Los pensamientos estarán inspirados en la fe y en la certidumbre del logro?
¿Tendrán nuestros líderes la fuerza suficiente para enunciar visiones de esperanza y formular planes de ejecución rigurosos?
¿Comprenderán a los demás como para saber respetar sus creencias y actuaciones?
¿Se preocuparán por comunicarse con sus colaboradores para que sus objetivos sean comprendidos?
¿Concederán importancia a la innovación como a la real ventaja competitiva de nuestro tiempo?
¿Serán conscientes los gobernantes, especialmente, de que no se pueden tomar decisiones por tomarlas para luego reversarlas?
¿No serán ya muy recurrentes las acciones del actual gobierno colombiano en este sentido?
¿Estaremos carentes de líderes con carácter, con moral, con arrojo y con valentía?
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