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NUEVAS OPORTUNIDADES PARA LA DESOBEDIENCIA EN LA ESCOLARIDAD (Y 3)

  • NUEVAS OPORTUNIDADES PARA LA DESOBEDIENCIA EN LA ESCOLARIDAD (Y 3) |
    NUEVAS OPORTUNIDADES PARA LA DESOBEDIENCIA EN LA ESCOLARIDAD (Y 3) |
11 de abril de 2013
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Ya no hay argumentos para construir teorías globales ni cosmovisiones excluyentes. Tampoco los habrá para desarrollar ideologías acotadas y omni-explicativas. Por el contrario, convive una pluralidad de idearios, de formas de ver y enfrentarse al mundo siempre nuevo.

La presión de las escuelas alternativas y de los movimientos pedagógicos ha logrado llevar hasta el discurso institucional los nuevos paradigmas de libertad, por lo menos como discurso. Es posible, sin embargo, que en la rutina de las prácticas escolares pese todavía el temor por acatar lo que ese discurso pide: sujetos autónomos, capaces de disentir, sujetos que sean piedra en el zapato, sujetos con autoridad para criticar su propia cultura, sujetos formados para crear, motores de progreso.

Hoy, por lo menos como discurso, el disenso ya no sólo es reconocido como derecho legítimo, sino que, además, se identifica como origen esencial de la posibilidad de inventar y transformar.

La verdad es que, como observan algunos estudiosos de la pedagogía, sobre la perspectiva del disenso ya tenemos amplia ilustración, pero las prácticas escolares dicen otra cosa. Lo usual es castigar la desobediencia, ultrajando la dignidad humana y amordazando la libertad.

No necesitamos adelantar una investigación rigurosa para constatar cómo en la escuela apreciamos y alabamos a los niños y jóvenes que silenciosamente obedecen. Esos son los buenos, a los que en acto público colgamos del cuello la medalla de honor y mostramos a los demás como los de imitar.

Sería honesto admitir que, con frecuencia, reconocemos sólo de palabra el derecho a crecer de los estudiantes que acompañamos en la escolaridad. Pero cuando percibimos que lo han tomado en serio, utilizamos todos los recursos que prodiga la autoridad vertical para vetárselo. Pretendemos formarlos en el sentido de la coherencia consigo mismos, pero, cuando dan muestras de su autonomía, nos asustamos y volvemos al redil de las viejas prácticas.

No parece lógico que la escuela promueva la desobediencia. Habrá que precisar, entonces, que no se trata de disentir por disentir, sino de una desobediencia de carácter ético, es decir, acorde con los propios principios, pero respetuosa y de acogida de los principios ajenos. La primera fórmula conduciría al caos y la anarquía; la segunda, a la formación de la autonomía.

Quiere decir que no pretendemos defender la desobediencia irracional. La disidencia es legítima y construye, cuando surge de francas convicciones personales o colectivas, cuando puede sustentarse en argumentos que supuestamente aportan al crecimiento, no lesionan a la colectividad, y podrían, incluso, alcanzar el consenso.

La defensa de la desobediencia en la experiencia educativa no apunta, pues, a legitimar el laissez faire -dejar hacer- sino a promover una escuela profundamente cimentada desde la democracia.

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