Hace mucho tiempo alguien dijo: "lo mejor que pueden hacer las autoridades carcelarias es cercar a Colombia en sus fronteras y así se garantiza el encierro de todos los delincuentes que pululan en nuestro país".
Esto me recordó una desordenada conferencia que dictó el Ministro de Defensa en el Primer congreso internacional de buen gobierno, transparencia y seguridad , realizado en Medellín durante el 29 y 30 de junio de 2011.
Se ufanaba el funcionario que durante el tiempo que lleva la actual Fiscal General de la Nación se han incrementado las órdenes y las capturas en cantidades que duplican lo realizado en años anteriores.
Me pregunto: ¿ese es el resultado de la poca gestión de los anteriores dueños de ese puesto, sostenidos en el cargo por magistrados cuestionados por sus vínculos con los Sale y los Reyes?
O, ¿se disparó el número de delitos y se están identificando más delincuentes?
También con mucho orgullo arrojaba cifras sobre el incremento alarmante de la población carcelaria.
Si antes las cárceles eran insuficientes, ahora el hacinamiento es insoportable.
Ese par de indicadores fueron el tema rescatable de esa perorata, pero por denigrantes y entristecedores.
En un gobierno con orientaciones humanistas, los indicadores deberían orientarse a la disminución de los delitos, los procesos, las órdenes de captura y los presos.
Tenemos una sociedad que tiene estos paradigmas: "El vivo vive del bobo", "Eso no está bien pero todo el mundo lo hace", "Papaya servida, papaya comida", "Undécimo mandamiento, no dar papaya", "Más vale pájaro en mano que cientos volando", "Consiga plata hijo, no importa el cómo, pero consiga plata", "Cada alcalde manda en su tiempo", "Aproveche al máximo su cuarto de hora", "Hay que ser el mejor, sin importar los medios", "La justicia es para los de ruana", "Si soy ético no consigo trabajo (contratista)", "Cañando, cañando, se gana el juego".
Nadie más opaco que un buen jugador de póker.
Como estos hay muchos otros y son los que rigen el comportamiento de muchos compatriotas, incluidos dirigentes públicos y privados.
Con ese ejemplo estamos educando las nuevas generaciones.
¿Puede tener razón el Ministro para ufanarse de esas infamantes cifras? ¿Estamos en un país donde lo ético es la excepción?
No, pero para allá vamos; enderezar el rumbo requiere inculcar en las nuevas generaciones valores, sin dueños ideológicos o religiosos, pero comunes a todos los pueblos civilizados.
El respeto por las personas, la lealtad, la solidaridad, la honestidad que se traduce en coherencia, la disciplina social e individual y los demás principios eternos, deben ser los que primen en la educación.
Los conocimientos vendrán por añadidura.
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