"Narrar para resistir, hagamos lo que nos gusta, no lo que otros quieren", dice Marlon Vargas, músico y gestor cultural del medio de comunicación comunitario "Cuenta La 13", de la Comuna 13. Estos medios están usando la palabra, escrita y narrada, y la imagen, para resistir en medio de la violencia. Son experiencias comunicacionales que se salen de un periodismo tradicional por no usar las "fuentes oficiales" y entender que sus fuentes oficiales están dentro de la misma comunidad organizada, como dice Libardo Agudelo, coordinador del periódico "Visión 8", de la Comuna 8.
Puede ser una lucha muy desigual: balas contra palabras. Pero mientras el que usa balas produce muerte, estos muchachos aprovechan medios de comunicación absolutamente locales para llevar vida a unas comunidades golpeadas por la muerte. En medio de una sociedad mercantilista y hedonista globalizada, ajena e indiferente a lo que pasa en la periferia, ellos usan todo tipo de medios de comunicación, impresos y digitales, para hacer una apuesta por lo local, por el desarrollo comunitario y finalmente por la vida.
Qué revolucionarios son: estigmatizados por la ciudad que los rechaza por vivir en la despectivamente llamada "comuna" (como si todos en Medellín no viviéramos en comunas), trabajando con las uñas y algún presupuesto oficial, están convencidos como ninguno de que las palabras escritas cantadas, habladas y puestas en imágenes, producen desarrollo y vida para sus comunidades.
Han entendido que la salvación está entre ellos: en lo que jóvenes de 20, 25 años hagan por los chicos de 5, 6, 7 años para que no se los robe la violencia. Ellos están promoviendo que, incluso los viejos, puedan contar lo que les pasa y necesitan. Si la ciudad no les da voz y habla de ellos solo para contar la muerte que los rodea, entonces ellos le dan voz a la comunidad. Por ejemplo, todos hubiéramos creído que el mayor problema de los barrios "de arriba" de la Comuna 8, es la falta de seguridad. Pero Libardo Agudelo cuenta que las mujeres organizadas de esos barrios afirman que es la falta de seguridad alimentaria. Es decir: su problema es el hambre y la desnutrición, no las balas.
Es un trozo de comunidad organizada alrededor de la palabra, luchando por sobrevivir ante los grupos delincuenciales, y ante una sociedad indiferente a la batalla por la vida que libran cada día. Y si la gran ciudad, la del centro, no les da voz, ellos se están dando cuenta de que tienen la suya propia y la están usando para resistir. ¿Qué han logrado? Por lo menos, hasta ahora: vivir.
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