A partir de esta semana tendremos un nuevo presidente electo en Estados Unidos, y como todo indica que será Barack Obama, es necesario hacer un ejercicio acerca de lo que serían los rasgos de la política de la gran potencia hemisférica en relación con nuestro país.
De entrada debemos recordar que Estados Unidos es una potencia global y como tal tiene responsabilidades en esa dimensión; allí serían esperables cambio que apunten a una tendencia que privilegie el multilateralismo -especialmente con sus históricos aliados europeos- sobre el unilateralismo de los últimos tiempos, pero sin renunciar a usarlo cuando lo considere indispensable, de acuerdo con sus intereses.
Seguramente habrá un cambio de prioridad en Asia Central y en Medio Oriente, en primer término, todos los esfuerzos se situarán en tratar de mejorar sustancialmente la situación de seguridad y de estabilidad de Afganistán y se buscará acelerar una salida de las tropas norteamericanas de Irak, en segundo lugar, habrá un renovado esfuerzo por la solución negociada del inveterado conflicto israelí-palestino, o bien impulsando la hoja de ruta de los cuatro o promoviendo una nueva iniciativa que le dé un impulso renovado al tema.
Pero adicionalmente, el nuevo presidente llega en medio de la mayor crisis económica del capitalismo especulativo de los últimos decenios, con un 'retorno del Estado', que se expresa en una tendencia a incrementar las regulaciones estatales sobre los mercados y la necesidad de una política concertada a nivel global -especialmente con economías en dinámico crecimiento como las de China e India, pero también de otras como Rusia, Brasil, Sudáfrica-.
Esto puede llevar al diseño de instituciones y mecanismos para un nuevo orden internacional o simplemente medidas transitorias. Pero igualmente es posible prever una acentuación de las tendencias proteccionistas en los Estados Unidos -especialmente con la presión de los sindicatos norteamericanos, tan caros para los demócratas-.
En el anterior panorama, seguramente el tema TLC deja de ser prioritario, por lo menos transitoriamente, a pesar de que se mantengan las preferencias comerciales hoy existentes. Hay posibilidades que la política hacia Colombia se mueva en ejes como los recomendados en reciente documento del Centro de Política Internacional y otras ONG cercanas al Partido Demócrata y se caracterice por los siguientes rasgos: "1. Usar la ayuda e influencia de los EE. UU. para fortalecer los derechos humanos y un estado de derecho; 2. Apoyar activamente los pasos de acercamiento a la paz; 3. Apoyar la ampliación de la presencia civil del gobierno en el campo. La clave para la paz en Colombia está en gobernar las zonas rurales enfrentando decididamente la pobreza y la desigualdad; 4. Proteger los derechos de las personas desplazadas y los refugiados; 5. Proteger los derechos de las comunidades afrocolombianas e indígenas? que han resultado desproporcionadamente afectadas por el desplazamiento y los estragos de la guerra, prestando especial atención a sus vulnerables derechos a la tierra; 6. Garantizar que la política comercial apoye las metas de las políticas hacia Colombia, no que las debilite. Los Estados Unidos deben insistir en que, antes de cualquier votación sobre un acuerdo comercial, haya progreso en materia de derechos humanos, particularmente en lo que atañe a reducir la violencia contra los sindicalistas y acabar con la impunidad en tales casos; 7. Volverse serios -e inteligentes- con la política antidrogas? El gobierno de EE. UU. debe dejar de financiar el inhumano y desastrosamente inefectivo programa de fumigación aérea que sólo ha servido para aumentar la dependencia de los pequeños agricultores en los cultivos para uso ilícito. Teniendo como meta la reducción gradual y sostenible de los plantíos de coca, el gobierno de los EE. UU. debería invertir en programas de desarrollo alternativo elaborados y llevados a cabo conjuntamente en estrecha coordinación con las comunidades afectadas".
* Profesor Universidad Nacional
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