Para que no sienta dolor lo sedan hasta dejarlo embotado. Una enfermera empieza a rasparle la piel muerta de los genitales, limpiando con jabón y microbicidas la sangre y la pus acumuladas.
Luego lo vendan envolviéndole la base del pene para que no se junte con las heridas del escroto e intentan dejarle movimiento en la entrepierna para que pueda hacer la terapia de rehabilitación.
Cuando termina la curación, todavía bajo los efectos del sedante, *Alexánder alucina. Siente el cuerpo partido en dos mitades y ve pasar cada parte por los cepillos gigantes de una máquina automática para lavar carros. Y tiene razón en sentirse así, de cierta forma la vida se le ha partido en dos. Por cuenta de unas papeletas mal quemadas, por poco se destroza el miembro y los testículos.
Todos los días, Alexánder tiene que extender y flexionar las piernas e intenta caminar erguido para que no tenga una mala cicatrización que le haga perder la funcionalidad. Los ejercicios le abren las heridas y lo hacen sangrar.
Le ordenaron una hospitalización de cuatro semanas y con cada día que pasa en la Unidad de Cuidados Intensivos de la Fundación Hospitalaria San Vicente de Paúl de Medellín, aprende a controlar más sus alucinaciones y se hace más consciente de la realidad de su entrepierna quemada.
La mayoría de quemados no reconoce al principio la gravedad de su situación. Ellos creen que pronto se recuperarán, como si no fuera si no sacudirse las cenizas. Los más graves, con quemaduras profundas, ni siquiera sienten dolor, pues el calor les ha consumido los nervios.
Las verdaderas consecuencias de las quemaduras afloran cuando comienzan a sanar. Las heridas son la semilla que engendra las raíces profundas de las cicatrices, que los pacientes alimentarán con sus recuerdos el resto de sus días. En general, no nos imaginamos por las cosas que tienen que pasar para poder rehabilitarse.
El tratamiento de los pacientes quemados debe hacerse en las mismas condiciones que en una UCI, con el mayor aislamiento posible. El riesgo de una infección es muy alto.
Un quemado, al perder la piel, pierde la barrera que lo protege del mundo exterior. Por la herida se escapa lo que necesita: proteínas, líquidos, calor, y entra lo que no necesita: bacterias, hongos, frío.
En Colombia, la mayoría de quemados graves son atendidos y hospitalizados junto con los demás pacientes, con los riesgos que esto conlleva. La Unidad de Quemados del HSVP es lo más parecido a una UCI que se puede encontrar en muchos kilómetros a la redonda. Atiende pacientes de Antioquia, Córdoba, Chocó y el Eje Cafetero.
Después de una semana de tratamiento, Alexánder tiene casi curados la entrepierna y el escroto, pero el pene todavía está en carne viva. Los cirujanos evalúan la posibilidad de hacerle un injerto, pues la recuperación de la piel en esa zona es muy complicada. El riesgo es que se comprometa la erección.
Por ahora, Alexánder se da cuenta con dolor de que sigue funcionando, en las noches tiene erecciones involuntarias que le abren las heridas. "Cuando siento que empieza a crecer pienso en el día en que me quemé para que se calme, pero a veces no funciona", dice Alexánder recostado con el pantalón manchado de sangre.
Así pasa día tras día, aguantando el dolor y la rasquiña y regresando de las alucinaciones, en las que a veces le da por querer casarse con la enfermera que le hace las curaciones.
La pólvora no es un juego
El último día de 2010 está por acabarse. El reloj del televisor que hay en el comedor de la Unidad muestra que en media hora habrá un año nuevo. El lugar está al tope y a esa hora el silencio pasa ronda indiferente por cada una de las habitaciones.
La mayoría de los pacientes duerme sus quemaduras con la ayuda consoladora de los analgésicos. No los molesta la alegría del exterior. Alguno de ellos estará soñando con la fiesta del fin de año de su barrio. Otro tendrá pesadillas con el recuerdo de la fiesta en la que se quemó.
Alexánder fue uno de los 447 quemados por pólvora en Colombia que reportó el Ministerio de la Protección Social el año pasado. Puso a arder sus genitales la madrugada del 25 de diciembre, cuando ya se iba para su casa después de una buena parranda. Nunca pensó que la pólvora se fuera a meter con él y mucho menos con su "mejor amigo".
Como le dice su hermano en un momento de reflexión, "con el parcero no se juega". Y Alexánder le responde: "Si lo hubiera perdido, me tiro a un abismo".
La madre de Alexánder le tenía prohibido quemar pólvora y por eso escondió una bolsa llena de papeletas dentro del pantalón. Sacó una para despedir la fiesta y entonces vio como las que estaban en la bolsa empezaron a estallar. Con la mano izquierda las sacaba desesperado y sentía como le estallaban en los dedos.
Finalmente, la bolsa ardió y las llamas le prendieron los pantaloncillos, el pantalón y la camiseta. Corrió a apagarse en un tanque de agua que había cerca y en el camino se brincó una moto de un salto. "Esta mano me salvó", dice mirándose las cicatrices que le quedaron en ella.
En la mañana del 31 de diciembre, por el corredor de la Unidad de Quemados, salían niños malhumorados en sillas de ruedas, con las piernas vendadas, otros corrían juguetones, felices, con las manos inmovilizadas apuntando hacia arriba o con el tórax vendado.
En la noche, en la medida en que se acerca la hora del Año Nuevo, esporádicamente suena un celular en la bata de alguno de los pacientes insomnes y entonces es como si revivieran, como si el sonido y la vibración del aparato contra el cuerpo fueran un electroshock que los saca de una especie de sonambulismo en el que están.
Jorge Barón presenta los vallenatos del Binomio de Oro. Faltan pocos minutos para que las familias se abracen, lloren, hagan promesas y retumbe de nuevo la pólvora. En la Unidad no pasa nada. Suenan los celulares, los pacientes hablan con sus familias y les piden que no se preocupen, que disfruten de sus celebraciones. Esa noche 124 personas, 49 menores y 75 adultos, se quemarían con pólvora en Colombia.
Si la terquedad tiene un lugar en el cuerpo humano, a Alexánder se le quemó; si el sentido común tiene un lugar en el cuerpo, a Alexánder se le derritió; si la hombría tiene un lugar en el cuerpo, a Alexánder también se le quemó; si el orgullo tiene un lugar en el cuerpo, a Alexánder le costará un buen rato volver a alojarlo. Si la pólvora ha generado alegría y emoción por generaciones, Alexánder conoció su cara más dolorosa y trágica.
*Nombre cambiado para proteger la identidad del afectado.
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