Corea del sur es un país donde el 10 por ciento de la población es católica. En 1949 tan solo el 1 por ciento profesaba esta religión. Anualmente más de 150 mil adultos reciben el sacramento del bautismo.
Una particularidad que tiene la historia del catolicismo coreano es que los laicos fueron sus primeros gestores.
En el siglo XVIII, un grupo de hombres y mujeres tuvieron una inquietud especial por abrir sus horizontes. Conocieron a fondo esta religión, decidieron adherirse libremente a ella, la amaron, la difundieron, defendieron sus posturas y muchos dieron la vida por esta causa.
De allí vienen Pablo Yun Ji-chung y sus 123 compañeros, los mártires que beatificó el Papa el pasado sábado en Seúl. De ellos, Francisco destacó su “forma de vida fraterna que cuestionaba las rígidas estructuras sociales de su época”.
Conmovía ver las imágenes de la ceremonia que se celebró en la Puerta de Gwanghwamun, donde cerca de un millón de coreanos, llenos de alegría y de una profunda piedad, se reunieron para celebrar esta fiesta de fe.
Así, Francisco quiso dar un mensaje a los laicos para que se sientan protagonistas de la Iglesia, para recordarles que son mayoría y que su vocación de ir a las periferias existenciales es muy valiosa. Recordó que la familia es “la primera escuela en la cual los niños aprenden los valores humanos, espirituales y morales que la hacen capaz de ser faros de bondad, integridad y de justicia”.
En su viaje, durante un encuentro con los jesuitas, no tuvo reparos en criticar el clericalismo y la visión del sacerdocio más como una estructura de poder que como una vocación de servicio.
Los jóvenes fueron también protagonistas de esta visita. El Papa se reunió con 6 mil de ellos en el Santuario de Solmoe. Les habló espontáneamente en italiano y también con algunas palabras leídas en su inglés poco fluido, el cual se esforzó para hablar para poder hacerse entender directamente de este público tan significativo para él. Respondió a las preguntas que le hicieron algunos muchachos sobre cómo vivir la vida cristiana hoy, en un país donde son minoría.
En sus discursos, Francisco mostró una vez más su preocupación por la realidad actual y por las heridas que ha dejado en la historia la división de este país. Pidió rezar así por la unidad de las dos Coreas: “Que no haya vencedores ni vencidos, solamente una familia”, dijo.
También se compadeció del hundimiento del Ferry Sweol, ocurrido en abril pasado y que dejó 304 muertos. Dio unas palabras de consuelo a algunos familiares de las víctimas y pidió: “Que este trágico suceso, que ha unido a los coreanos en el dolor, refuerce también su voluntad de colaborar solidariamente en el bien común”.
La visita del Papa a Corea del Sur es una motivación a tantos católicos de este país para que sigan trabajando por su fe y por las obras que llevan a cabo (entre ellas, 500 residencias para ancianos y personas con discapacidad y 300 colegios). Aquí en occidente nos ayuda a mirar a ese lado del planeta y edificarnos con el empuje y celo apostólico de los católicos en ese país.
Pero también es un mensaje de unidad que lleva a toda la sociedad coreana, pues como dijo el monje budista Jaseung en declaraciones al periódico The Korea Times: “Nosotros los budistas creemos que la visita de Su Santidad ayudará a un diálogo más significativo y aportará en la creación de un clima más tranquilo en esta península dividida”.
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