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Por sus frutos los conoceréis

  • Rafael Isaza González | Rafael Isaza González
    Rafael Isaza González | Rafael Isaza González
23 de septiembre de 2011
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Al repasar las páginas de nuestra historia se advierte que el peor mal que nos aqueja, la corrupción, no es algo reciente.

Desde los albores de la independencia no son pocos los personajes que sin dejar de prestar los servicios a la patria, los cobraron en efectivo y algunos por anticipado.

Con tristeza es preciso reconocer que muchos no fueron ni tan probos, ni tan honestos como se enseña en los libros de la historia patria.

Por el contrario, fueron taimados, poco escrupulosos y de una ética hecha a su medida, igual a como ocurre hoy.

A manera de ejemplo, dejan un montón de dudas, quienes participaron en los primeros empréstitos en el exterior, como don Francisco Antonio Zea y los señores Arrubla y Montoya.

Estos últimos protegidos por el hombre de las leyes, Francisco de Paula Santander, que dicho sea de paso, bien vale la pena cuestionar si de verdad hizo méritos para llevar tan honroso título.

En épocas recientes, el narcotráfico ha sido el medio más propicio para estimular la corrupción. Cada día es mayor el afán por el dinero, no importan las barreras éticas y morales que haya que traspasar.

La tía Jesusita, recuerdo bien que me decía, que los corruptos, deshonestos, ladrones de cuello blanco y pícaros, casi siempre tienen en común que son simpáticos, serviciales, aduladores profesionales y que son proclives a sembrar cizaña.

Frente a los jueces, son mansos y humildes de corazón, sin perder su elocuencia y astucia.

Uno quisiera ignorar, mejor dicho, hacerse a la ilusión de que son solo unos pocos los colombianos deshonestos o indelicados, pero esa no es la realidad.

Todavía, aunque se ha disminuido la brecha con el sector privado, sigue siendo el público el terreno más abonado para el cultivo del árbol que produce el fruto de la impudicia, conocido también como la coima, el cohecho, prevaricato, soborno o peculado, o comisión de éxito, de reciente denominación.

¿Qué hacer entonces?

Por lo pronto, sin claudicar en la lucha contra el narcotráfico, la guerrilla y la delincuencia común, debe existir un propósito claro, serio y decidido para vigilar el manejo de los funcionarios públicos.

Para ello, además de mirarlos a los ojos sirve de ayuda el texto del Evangelio, ligeramente modificado: "Por sus bienes los conoceréis"; es preciso incluir los patrimonios a valores comerciales de todos los parientes por consanguinidad y afinidad y la amante, si la hubiere.

No sobra agregar que es indispensable encontrar algún instrumento, más o menos parecido al polígrafo, que mida el grado de ingenuidad, candor o bobada y en otros la malicia y falta de principios, para desempeñar puestos de confianza y manejo. Tengo en mi poder algunos borradores de la tía sobre este asunto, que si alguien tiene interés, con todo gusto se los prestaré.

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