Cuando el sonido metálico de las aspas del helicóptero de la Fuerza Aérea Chilena se escuchó atravesar el cielo de la mina, en la madrugada de ayer, se inició otra parte de esta larga y profunda novela de la capacidad del ser humano para sobrevivir.
La dirección de ese helicóptero era el Hospital de Copiapó, un edificio de color Carmesí a punto de ser demolido para darle paso a una nueva sede que está en construcción. Sin embargo, a pesar de que sus meses están contados, fue rejuvenecido para atender a los 33 mineros que están siendo ubicados en sus cuartos para ser atendidos a cuerpo de rey.
Este lugar será la antesala de su libertad definitiva. En los pisos dos y tres se dispuso una logística enorme de camas, mesas, utensilios médicos y personal para revisar, cuidar y curar cualquier enfermedad, trastorno o dificultad física que puedan tener los mineros después de salir de su desesperante y casi eterno encierro.
En el segundo piso se han ido ubicando en ocho cuartos de dos camas cada uno. Las ventanas tienen un bloqueador solar para evitar que los reflejos poderosos del sol del desierto les puedan afectar sus ojos.
En el tercer piso, a medida que llegan más mineros, se van instalando en 17 camas alrededor de un servicio de enfermería. "Se va a poner especial atención a dos temas: la piel y los ojos. Sin embargo se van a realizar radiografías, exámenes fisiológicos, de piel, dentales, de todo tipo. Va a ser una atención muy especial para que la salud de los mineros no corra el menor riesgo", le dijo a EL COLOMBIANO Abel Olmos Sarria, portavoz del hospital.
Lo más curioso es que este hospital, en proceso de demolición para construir uno más moderno, se convirtió en el lugar que termina de devolverles la vida y la salud a los trabajadores.
"En dos años tenemos previsto hacer el traslado y derruir este edificio que ha prestado sus servicios como el centro más importante de salud de la ciudad", anotó Olmos Sarria.
Por su parte, Jaime Mañalich, el ministro de Salud de Chile, explicó que los mineros continuarán siendo trasladados hacia el hospital como se ha realizado hasta ahora. Sin embargo, de presentarse la camanchaca (la neblina del desierto), ese operativo se realizaría a las siete de la mañana de hoy.
Frente al hospital, los copiapinos viven su fiesta. La familia Avendaño, vecina del lugar, se prepara para observar la llegada de los 33 mineros con la bandera de Chile izada, con un jardín florecido en la incipiente primavera del desierto y con todas las ganas de verlos salir vivos y caminando a todos.
"Este es el año del Bicentenario. Este fue también el año del terremoto y ahora es el año de los mineros. Vamos a tener la bandera izada hasta que salga el último minero del hospital", afirmó Luis, uno de los Avendaño que ha vivido este rescate como si fuera el más emocionante partido de fútbol.
Y es que después de los días de espera en la mina, aguardando a que una máquina pudiera romper la piedra y sacarlos de allí, vivir otras 48 horas de encierro, pero mucho más tranquilas que aquellas en las profundidades de la tierra de donde los sacaron para volver a vivir, no significan un sacrificio sino, por el contrario, la llegada de la segunda vida, de un mejor futuro.
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