Antes de razonar que el imán del primer libro de la trilogía de Stieg Larsson, Los hombres que no amaban a las mujeres, es la mezcla concienzuda de un lenguaje impecable y sencillo, con personajes fuertes y complejos y una trama bien desarrollada, el primer síntoma de que es excelente es que es inevitable no rendirse ante él y se termina devorando en unos pocos días.
Y por fortuna, con el segundo, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, la fórmula se repite. Son dos grandes novelas policiales que se convirtieron en bestseller mundial y que tienen a los adictos a Larsson a la espera de la tercera y, lastimosamente, última entrega: La reina en el palacio de las corrientes de aire, que pronto llegará a Medellín.
Una vez saldada la deuda del periodista Mikael Blomkvist con Lisbeth Salander, nuestra heroína, se puede intuir que el tercer libro unirá de nuevo a los personajes principales en aventuras que inmiscuyen una denuncia social contra la violación de los derechos de las mujeres, movilizados por su férreo rechazo a la injusticia.
Pero esta no es una heroína dentro de los canones convencionales, empezando porque a diferencia de la constante en las novelas policiales, es una mujer. Salander es una joven de 25 años, aspecto raquítico y rasgos psicopáticos, una punkera de piercings y chaqueta de cuero que con sus extraordinarias habilidades informáticas y agilidad mental desentraña los secretos más ocultos.
Con el pasar de las páginas del segundo libro, en el que el escritor nos introduce en el mundo del hampa de Suecia que trafica con mujeres de Europa del Este, poco a poco se irá develando el pasado oscuro de Salander y su largo historial en defensa de las mujeres que no son amadas por los hombres, incluída ella misma.
Magistralmente Larsson abre un debate moral capítulo tras capítulo de las dos primeras entregas, al personificar en una joven que puede llegar a ser extremadamente violenta, que no padece remordimientos y que gusta de tomarse la justicia por sus propias manos, a la buena del paseo.
Si bien con La chica que soñaba con la cerilla el lector sigue enganchado con la serie, y el factor sorpresa no se pierde un ápice, es inevitable sentir que fue mejor su antecesor.
Personalmente ubico esta sensación en los últimos capítulos del libro, en los que nuestra heroína pierde un poco la humanidad que la hace tan atractiva.
Atando cabos
La reina en el palacio de las corrientes de aire se convierte en el último tesoro de la trilogía y para aumentar la intriga y la ansiedad poco se sabe de su trama. Si para saborearla más hace falta conocer poco de ella, así será para placer del lector.
Algo se sabe sin embargo. En la única entrevista que alcanzó a conceder Larsson, publicada por el medio sueco Svensk Bokhandel en el 2004, él declaró "no es hasta el tercer libro cuando se atan todos los cabos y se entiende lo que ha ocurrido. Pero los tres libros son historias autoconclusas. Pero hay algo más. En las novelas de detectives corrientes nunca aparecen las consecuencias de lo que ocurre en las historias del libro siguiente. En la mía sí". Lo que la hace aún más codiciada.
Larsson, un periodista muy comprometido con la denuncia social igual que Blomkvist, no vivió lo suficiente para conocer el éxito fulminante de su trilogía. Murió a los 50 años de un ataque al corazón después de haber entregado la tercera parte de la saga a su editora, pero sin ver ningún libro impreso.
Su muerte es una gran pérdida para el mundo de la literatura, que quedó iniciado con el alcance adictivo de sus obras y que le dice adiós con La reina en el palacio de las corrientes de aire.
Pico y Placa Medellín
viernes
no
no