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Que vuelvan los niños de la guerra

  • Diego Aristizábal | Diego Aristizábal
    Diego Aristizábal | Diego Aristizábal
16 de noviembre de 2011
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De niño me enseñaron que "Mambrú se fue a la guerra, qué dolor, qué dolor, qué pena, Mambrú se fue a la guerra, no sé cuándo vendrá, do-re-mi, do-re-fa, no sé cuándo vendrá". La ronda era simpática y servía para dormir o para jugar. La letra era inocente en aquel entonces cuando uno todavía creía que las personas se morían de viejas, cuando uno no tenía ni idea qué era la guerra y todo eso que le había pasado a Mambrú era, posiblemente, una invención, una historia lejana. En aquel entonces si Colombia tenía un conflicto, como efectivamente lo tenía, yo no sabía, era apenas un niño y esas cosas, en realidad, no me tocaban, no las entendía.

Las únicas batallas que enfrenté fueron con bombas de agua, con semillas de palmeras que tirábamos por un pequeño tubo. Nadie moría de verdad. Al terminar, mugrosos y con uno que otro morado, mis amigos y yo regresábamos a casa para dormir sin miedo.

El fin de semana leí en El Colombiano un aterrador informe sobre los niños colombianos que la guerra se ha robado. Según estudios de organismos como Unicef o Human Rights Watch, se calcula que este conflicto ha reclutado entre ocho mil y once mil niños y que uno de cuatro combatientes de los grupos armados en Colombia es menor de 18 años. La edad promedio de reclutamiento forzado es entre 12 y 14 años. Las historias son dramáticas: una niña que iba para su clase de catecismo pero nunca llegó, niños que sacaron de sus casas delante de sus padres o que raptaron en los buses cuando iban a "jornalear" a una finca.

Si es duro que un niño espere con ansias que regrese su padre de la guerra, qué podremos decir de este conflicto miserable donde los padres también han tenido que aprender a esperar que sus niños regresen vivos del monte. Largas esperas que terminan por anhelar, al menos, que vuelvan los huesos, los cráneos, los rasgos cubiertos de barro para que los familiares digan con intuición: es él, ya puedo descansar. Un país que no cuida a sus niños es un país que no tiene presente, es un país miserable que desprecia el futuro.

Según este informe, el reclutamiento de menores fue una práctica sistemática del frente 47 en el Oriente antioqueño. Sólo alias "Karina", la temible jefa guerrillera, que hoy irónicamente es "gestora de paz", reconoció ante un fiscal de Justicia y Paz el reclutamiento de 108 niños entre 1998 y 2006. Esta guerrillera reconoció 80 fusilamientos, muchos de ellos de menores. Las razones que dio fueron "desobediencia", por ser "infiltrados" o "desmoralización". ¡Ah! Cómo es posible que muchos de estos niños hayan sido asesinados cuando, con seguridad, nunca entendieron qué era una "revolución" o un "enemigo", nunca supieron por qué se los llevaron de sus casas cuando tenían otros planes.

Es triste ver los rostros sonrientes de los niños que se tragó la guerra, los pequeños ataúdes abiertos como si fueran tesoros, los cráneos que ya no tienen sueños sobre las manos envejecidas de aquellos padres que los cargan por última vez. Que vuelvan los niños de la guerra, que nunca más este absurdo conflicto se los vuelva a llevar.

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