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Realismo periódico

11 de julio de 2008
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El caos de nostalgias y desechos que impone un trasteo entrega siempre algunos hallazgos inesperados. El fondo de los cajones impone una terapia contra la desmemoria y revela nuestra colección de apegos insignificantes. La biblioteca compone el envoltorio más pesado: una docena de cajas que despierta remordimientos por acción y por omisión. Algunos libros necesitan de la feliz condena que nos regala el camión de mudanzas para volver a ser atendidos.

El libro de crónicas y reportajes de García Márquez estaba en la caja de los saldos, como simple colección de anécdotas. La edición de tinte pirata de Oveja Negra ratificaba la condena. Pero el desorden tiene sus designios y terminó siendo la lectura escogida para el desembarco. Todas son crónicas escritas hace más de 50 años, llenas de detalles risueños y reveladores, lejanas del drama a pesar del surtido de tragedias. Escritas en los tiempos en que los periódicos no tenían que disculparse con sus lectores por obligarlos a leer. La sorpresa no llegó con la probada calidad del cronista sino con la coincidencia de algunos temas con los titulares de las últimas semanas.

La única crónica que menciona a Medellín da cuenta de la tragedia por un deslizamiento de tierra en el sector de Medialuna, en la vía a Santa Elena. Un desastre muy parecido al reciente derrumbe en el barrio El Socorro. Sólo que el Medellín de 1954, adormilado entre las mismas películas y el calor de julio, se movió completo a causa del pequeño derrumbe en las afueras. Presa de un delirio de civismo y curiosidad los habitantes corrieron a escarbar la montaña. Las camionetas de la Empresa de Energía se convirtieron en ambulancias, Radio Nutibara transmitía boletines minuto a minuto desde el sitio, los donantes de sangre se peleaban en las afueras de la policlínica, había 360 jefes de operaciones entre el barro. "Una muchedumbre de empleados, estudiantes, obreros, campesinos, comerciantes y curiosos sin profesión conocida" subía por la carretera para dar una mirada y ofrecer una mano. Medellín respondía completa a los bochinches de pueblo. La tragedia dejó 69 muertos y un saldo de desaparecidos que muchos atribuyeron a la fuga de un buen grupo de deudores.

Uno de los reportajes trae los diagnósticos de Álvaro Mutis a propósito de su primer libro. Una frase del relacionista público de esa época sirve como lección a los relacionistas poéticos de nuestros tiempos: "?ha surgido en el mundo la preocupación de crearles a los poetas y novelistas el compromiso de darles a sus obras una función social. Esta exigencia llegó a límites histéricos entre los comunistas? que embadurnan su hojarasca con un tinte político para que suban sus acciones en el partido, y nada más". Saber que 50 años después hay unos iluminados hablando de poesía y masas, llamando a la concordia universal mientras atizan odios políticos.

Las crónicas también tienen gringos perdidos en las selvas del Chocó luego de un accidente aéreo, historias de 3.000 desplazados en el Tolima por los combates entre Ejército y chusma, quejas de los chocoanos porque el platino no les deja sino huecos, miseria y el nombre para su aguardiente. Parece que el realismo periódico es el mejor de nuestros géneros.

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