En un país como Colombia, con tantos ríos y montañas, viajar en avión tiene sus ventajas. Siempre y cuando el viajero logre sobreponerse a los tormentos que padece en tierra al subir y bajar de esas naves prodigiosas que atraviesan nuestros cielos como si fueran pájaros.
Esto sentí, con contadas variaciones, en mi último viaje a la muy noble ciudad de Bogotá. Hablo de las variaciones: la Torre de Control obligó a los pilotos a devolverse porque había problemas con el peso registrado en la báscula. Luego, se desató una tormenta.
Cuando por fin, con dos horas de retraso, nos elevamos en un cielo poblado de nubes grises, ya me dolían los músculos del cuello y sentía las piernas entumecidas. Traté de moverme pero fue en vano. Me lo impedía la posición del cuerpo del pasajero que iba a mi lado.
Era un negro grueso de casi dos metros de estatura. Tenía cara de estar estresado. Sudaba a chorros. Sus piernas no le cabían en el espacio que había entre las sillas. Solo entonces comprendí que mi calambre era provocado por la presión de una de sus rodillas.
Mientras lo observaba con cautela, me preguntaba: ¿Por qué lleva en sus manos dos teléfonos celulares? ¿Por qué viste de ese modo? ¿Es un mafioso de Urabá, un minero del Chocó, un contrabandista de Buenaventura, un reinsertado de un grupo paramilitar?
Las respuestas llegaron después de que me atreví a hablarle. Él me contó que sufría de vértigo. Que llevaba dos días sin dormir. Hablaba con el acento de la gente de Urabá. Yo recordé que llevaba un analgésico en mi maletín. Le dije que se tomara dos pastillas. Después de pasarlas con un sorbo de agua, el tipo dijo:
- Hermano, usted por lo menos fue capaz de hablarme. Yo llevo dos días sintiéndome como un perro…
Le pregunté por qué. Él contestó:
- Cómo le parece que hace dos días salí de Bajirá. El gobierno me trajo a uno de esos foros de las conversaciones de paz. Yo vine en nombre de los desplazados de mi vereda…
Me dieron hospedaje en un hotel de cinco estrellas. Y el tipo de la recepción se hacía el pendejo cada vez que yo le hablaba. Atendió a todo el mundo, menos a mí. A las dos de la mañana, yo estaba berraco. Un compañero le hizo el reclamo y él dijo que negros no atendía. Yo lo encuellé por encima del mostrador. Entonces llamaron a los organizadores. Les conté lo que había pasado.
La gerente del hotel vino a disculparse. Regañó al tipo y le pidió que se fuera para su casa. Él dijo que a esa hora ya no había bus para su barrio. A ese perro tuvieron que darle la plata para el taxi.
La señora me entregó las llaves de la pieza. Pero no pude dormir de la putería... Y ni para qué hablarle de lo que me pasó en el Transmilenio… Nunca en la vida me había sentido mirado así…
Cuando bajamos del avión en Medellín, él siguió su viaje hacia Urabá. Yo me fui a esperar el equipaje pensando: para qué foros y conversaciones de paz si estas no empiezan en las recepciones de los hoteles, en los buses, en los aviones….
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6