Los aniversarios nos traen al presente aquellos acontecimientos o personas que de algún modo han marcado un hito en la historia. La semana pasada se conmemoraron 50 años de la muerte del papa Juan XXIII, llamado también el "Papa bueno".
Me vinieron a la mente algunas historias que me contaba un gran amigo arzobispo peruano, monseñor Alcides Mendoza, quien falleció el año pasado y quien tuvo la bendición de reunirse con este Papa en Castelgandolfo, en 1960. "Orienta tu vida siempre por el camino de la humildad", le dijo en aquella ocasión Juan XXIII. "Mientras seas humilde, Dios puede llevarte a muy grandes alturas pero si permites que la soberbia se apodere de tu alma, muchas vergüenzas cubrirán tu vida".
Angelo Giuseppe Roncalli, nacido en el pequeño pueblecito de Sotto il Monte, en el norte de Italia, sintió desde muy pequeño el llamado a ser sacerdote. Su familia no tenía cómo pagar sus estudios pero gracias a una beca logró ingresar al seminario.
Fue ordenado obispo en 1925. "No he buscado ni deseado este ministerio. Pero el Señor me ha elegido con signos tan claros de su voluntad que me parecería culpa grave contradecirla", comparte en el libro Diario de un alma, que presenta una rica selección de sus escritos personales. Allí deja ver las pequeñas luchas cotidianas que lo hicieron grande: esfuerzos por no distraerse en la oración, por vivir la caridad, por combatir con las tentaciones propias de cualquier mortal, nos hacen ver en él esa figura tan humana y cercana al hombre de hoy. Así era Juan XXIII.
Su actitud de sentirse siempre indigno frente a los reconocimientos que recibía nos da ejemplo de que el servicio a Dios no consiste en ocupar grandes puestos con una actitud competitiva, sino que se trata de dar lo mejor de sí. De que la autoridad es más un puesto de servicio que de poder.
Roncalli sirvió como nuncio apostólico en Bulgaria, Países Bajos, Grecia, Turquía y Francia. Pudo palpar y enfrentar en primera fila los horrores de las dos guerras mundiales. Ayudó a salvar y a refugiar a miles de judíos y personas perseguidas por el horror nazi. Además de su bondad, este obispo manejó los problemas con gran tacto y astucia.
Tenía 76 años, los mismos que tiene el Papa Francisco, cuando fue elegido Sumo Pontífice. A pesar de que lo llamaban "Papa de transición" tuvo la valentía de convocar al Concilio Vaticano II, que tenía un carácter más pastoral que doctrinal y que buscó mantener en la Iglesia una renovación en la continuidad. Solo estuvo presente en la primera de las cuatro sesiones, pues en 1962 le fue diagnosticado un cáncer de estómago que le costó la vida.
El beato Juan XXIII se empeñó con humildad y una bondad suprema por entregarse de lleno a cada tarea encomendada aunque se veía superado por la misión. Por ello dijo más de una vez: "Yo solo quise ser un cura rural".
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