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REVOLUCIÓN

  • Santiago Silva Jaramillo | Santiago Silva Jaramillo
    Santiago Silva Jaramillo | Santiago Silva Jaramillo
22 de febrero de 2012
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En el paso por la universidad, uno se puede encontrar con muchas personas que guardan una concepción romantizada y a veces, peligrosamente radical de rebelarse contra las normas, las tradiciones y la autoridad.

Podría ser simplemente una expresión de la juventud, aunque en algunos casos permanezca hasta bien entrada la adultez.

Pero llega a nutrir las actividades y preocupaciones de muchos estudiantes y alcanza hasta los peligrosos límites de la incitación a la violencia. El caso es que mantener un culto por ir en contra de las leyes y pasar por encima de las normas y tradiciones resulta terriblemente contraproducente. Incluso, hasta irónico.

Porque nuestros problemas empiezan precisamente en donde termina nuestra disposición a reconocer nuestros deberes frente al Estado de Derecho. Mejor dicho, en el momento en que, gritando consignas 'revolucionarias', ignoramos la ley y violamos las normas, estamos perpetuando el mismo sistema deficiente e injusto que ha condenado a nuestra sociedad a tener los problemas públicos que actualmente enfrenta.

En nuestro país, una revolución no estaría representada en el cuestionamiento de la autoridad o las normas. Por el contrario, en respetarlas y honrarlas por primera vez. Nos han impuesto la imagen de las revoluciones como ataques a la ley establecida, con guillotinas, vandalismo y papas bomba volando por los aires sobre los escudos de la policía antimotines.

Sin embargo, una revolución es simplemente un cambio drástico respecto de una situación anterior. En Colombia, seguir la ley, acatar las normas y jugar limpio sería, a todas luces, revolucionario. Una expresión de inconformidad frente a los estereotipos, las injusticias e imposiciones de nuestra sociedad.

De esta forma, el político que no compra votos, que no recibe sobornos y que cumple sus funciones con prudencia y compromiso está siendo revolucionario.

El ciudadano que respeta las leyes y dirige su vida sobre el seguimiento a las normas y responsabilidades sociales está siendo revolucionario.

En Colombia no necesitamos más encapuchados, ni siquiera caballeros solitarios que digan reivindicar la justicia contra un tiránico gobierno. Ya los hemos tenido y no han funcionado. Probamos no seguir la ley y subestimar la autoridad del Estado por décadas, y no nos ha funcionado. Rompamos con ese pasado de ilegalidad y rebeldía frente a las normas y acuerdos públicos.

A lo mejor, será allí donde resida el verdadero idealismo de los días de rebelde juventud.

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