E s complicado saber dónde está la verdadera Rihanna. En la marioneta sensual, la baladista vulnerable, la mente calculadora, la agresiva dominatriz, la gamberra impenitente. En la artista que "puede convertir a las mujeres heterosexuales en lesbianas", como resume Kanye West.
La barbadense ha puesto todo su empeño en combatir estos tópicos orquestando cada nueva aparición -en vídeos, galas, revistas o redes sociales- siempre diametralmente opuesta a la anterior. Pero parece sentirse razonablemente cómoda en cada registro. Como lo estaba en el papel de la adolescente caribeña de rizos angelicales que irrumpió en la industria con 17 años, infestada de ritmos tropicales y buen rollo, y también en el de amazona de poderosa sexualidad y cortes de pelo vanguardistas que en 2011 apareció en sendos videoclips disparando a sangre fría a un violador (Man down) y consumiendo drogas sin demasiadas sutilezas (We found love).
Sus críticos dicen que ha desempeñado con enorme éxito el papel de marioneta al servicio de una industria musical anémica. Sus fanáticos señalan que ha revolucionado el sector derribando fronteras, imponiendo a su antojo tendencias musicales y productores.
También ha sido una damnificada de los tabloides y, a la vez, una provocadora experta en su manejo mercadotécnico. Podría decirse que solo se ha esforzado en rebelarse ante una idea inevitablemente asociada a ella: la de que es una víctima.
Su vida
Su nombre de pila es Robyn Rihanna Fenty empezó hace 24 años en Saint Michael (Barbados). Su madre, contable, y su padre, supervisor del almacén de una fábrica de ropa, se divorciaron traumáticamente cuando ella era una apasionada de la música de 14 años.
Se dedicó a vender ropa en la calle en compañía del segundo, adicto a la cocaína, el alcohol y la marihuana, y que, según ha confesado, llegó a pegarles a su madre y a ella.
Dos años después fue cadete en el ejército y pretendió matricularse en la escuela secundaria, pero un encuentro con dos productores musicales que estaban de vacaciones en Barbados derivó en un contrato con el mítico sello discográfico Def Jam -presidido desde 2004 por Jay-Z- que la llevó a vivir a Estados Unidos... y a conocer la fama.
Su descomunal éxito ejemplifica para sus detractores lo peor de la industria. Esgrimen que la barbadense no escribe sus canciones, que encarna como nadie la industrialización de un oficio antiguamente creativo.
El paradigma serían los llamados writing camps, talleres de trabajo que reúnen a los productores y compositores más punteros con la única premisa de fabricar éxitos en cadena, y por los que el intérprete se deja caer poco más que para saludar.
Pero es un modelo industrial en el que Rihanna se ha sabido mover, cambiando de productores, a falta de talento para la creación, para evitar repetirse en sus trabajos y videos, una fórmula que le ha dado éxito.
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6