No voy a escribir sobre el santo de Asís. O sobre el nuevo Papa que con su sencillez está dando tanto que hablar. Es una trágica historia de desilusión, de dolor, de promesas incumplidas que rompen el alma.
El barrio o la comunidad de San Francisco en Cartagena lleva casi tres años esperando que un gobierno nacional le cumpla la promesa de su Presidente. O que el gobierno local, en la absoluta interinidad, asuma la visibilidad de una tragedia que comenzó en junio del año 2010 cuando un deslizamiento inició un proceso que destruyó más de 1.100 viviendas.
Fue un proceso lento. Esta comunidad vio cómo poco a poco caían las casas de su barrio al lado del aeropuerto de esta ciudad y para agosto de 2011, en plena emergencia invernal que agudizó el problema, ni una de ellas quedaba en pie. Desde entonces esperan que les cumplan la promesa del presidente Juan Manuel Santos, quien les dijo a finales del 2010 que el gobierno les entregaría 110 mil millones de pesos para restablecer el daño sufrido por esta comunidad.
San Francisco es la radiografía de un gobierno que incumple las promesas, que engaña a los ciudadanos y que está tan desconectado que no hace el más mínimo esfuerzo por mover la lenta maquinaria estatal, que como el gobernante y el gobierno de hoy parecen no tener corazón. A la promesa incumplida de Santos, hay que sumarle los engaños del ministro de vivienda Germán Vargas quien en un viaje a Cartagena, pues no ha ido a la zona, les prometió que les iba a solucionar su situación y en el siguiente lo negó. ¿Se puede ser tan caradura? No se sabe qué duele más, si la indolencia con que se ha comportado el gobierno nacional o el engaño que sienten estos ciudadanos y que describen con lágrimas.
El gobierno ha sido inmensamente indolente. Allí fue una alta funcionaria de Colombia Humanitaria, la señora Carmen Arévalo, y sin conmoverse les dijo que como no estaban en el registro no podían recibir ayuda. Se habían equivocado de entidad y estaban registrados era en el Fondo de calamidades y desastres del Ministerio del Interior. Se pregunta uno, ¿ante el dolor humano el funcionario no debe ir un paso más allá y gestionar ese cambio y promover el diálogo para solucionar semejante tragedia?
Me tocó ver durante ocho años cómo ante una llamada del Presidente en medio de un consejo comunitario, el ministro o cualquier funcionario del Gobierno, asumía la responsabilidad de un tema y lo resolvía. Yo mismo aprendí que gobernar era asumir y resolver los problemas metiéndose en el detalle de ellos. Me sucedió al principio del gobierno cuando tomé la vocería de un barrio en Ibagué desesperado por un botadero de basura que debía haberse cerrado muchos años antes pero que seguía contaminando a miles de ciudadanos de esa ciudad. En seis meses logramos su traslado y cierre. Y encimamos un colegio para la comunidad como saldo de reparación.
Microgerencia, dicen los tecnócratas, que no debe hacerse. Carreta. Solo cuando hay ese compromiso, ese conocimiento y ese empuje es que se resuelven los problemas. Un gobernante es electo para resolverlos y no solo para mirar por el espejo retrovisor como lo hace hoy Santos.
Álvaro Uribe, en un consejo de ministros, nos entregó a quienes allí estábamos una caja de herramientas para que no olvidáramos que se necesitaban ajustar las tuercas todos los días de la maquinaria del Estado para que se moviera. El mensaje era claro: hay que meterse en el barro, si no las cosas no suceden. Los habitantes de San Francisco hoy viven y sufren las consecuencias de un exministro que olvidó esa lección.
@fsantoscal
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