La llamada "tormenta perfecta", Sandy , ha puesto a prueba toda la capacidad institucional de Estados Unidos, todavía sometida a los devastadores efectos naturales y políticos que dejó el huracán Katrina, en 2005, en momentos en que hoy están en juego no sólo la vida de millones de personas, sino el futuro mismo del próximo Presidente.
Estamos a una semana de las elecciones más apretadas en décadas y Sandy ha llegado de imprevisto a medir fuerzas entre los dos candidatos, Barack Obama y Mitt Romney.
Pero lo ha hecho donde ninguno de los dos puede sentirse seguro y, menos, si el efecto de este huracán aún es impredecible. No sólo en términos del desastre, las víctimas fatales y los damnificados, sino en asuntos electorales.
Es como si los astros se hubieran alineado para precipitar, literalmente, sobre Estados Unidos una tormenta capaz de medir las capacidades de sus gobernantes y de quienes aspiran a gobernar.
Cada movimiento, cada paso que den los demócratas y los republicanos, será medido por la fuerza de los hechos, no por los votos. Estos, sin duda, llegarán después, como premio o como castigo, de lo que ahora se decida para enfrentar una situación de calamidad sin precendentes en los últimos años en la costa este de los Estados Unidos.
No porque este huracán Sandy haya aparecido de la noche a la mañana sobre cielo estadounidense. Tampoco por ser el último ni el primero que deben enfrentar los americanos. No. Es por las circunstancias en que se presenta.
La severa afectación a la infraestructura de Nueva York, Nueva Yersey, Washington, Maryland, Delaware, Philadelphia, con millones de personas sin luz ni transporte público, deja al menos 38 muertos, pese a la capacidad institucional que se montó para recibir al huracán y mitigar sus efectos.
Porque Sandy , además de inoportuno en términos electorales, resulta un examen de rigor para saber si los dos aspirantes a la Presidencia están pensando más en sus propios intereses o en los de millones de estadounidenses.
Y las decisiones que tomaron tanto Obama como Romney ofrecen algunas pistas.
Ambos candidatos interrumpieron sus giras políticas, y mientras Obama se mantuvo con la investidura de Presidente y está al frente de todos los operativos de ayuda y de rescate, Romney deberá cumplir con su papel de candidato, tal vez a la espera de algún desliz de su contrincante.
Pero, pase lo que pase, algo ha vuelto a quedar claro para los estadounidenses: que cuando de tragedias se trata, no hay colores políticos ni preferencias electorales. La nación, todos a una, se moviliza solidariamente para ayudar y preservar las vidas de los afectados y eso hace distinto y admirable a Estados Unidos.
Segundo, que por más que queramos aplazar la expedición de credenciales, el cambio climático está aquí. Sandy es otra de sus múltiples manifestaciones, pero no la última.
Eso de la "tormenta perfecta" suena hasta romántico, pero es espeluznante. Las imágenes que llegan de su paso por el Caribe, incluidos Cuba y Haití, que parecen no estar en el mapa de la tragedia ni sus muertos valer lo mismo que en otras partes, son clara muestra de un quejido desesperado del planeta.
Renunciar a cualquier ventaja electoral que pueda traer Sandy es loable para los estadounidenses y un ejemplo para muchos gobernantes proclives a mezclar política con dolor humano.
Aun así, el planeta sí está demandando acciones urgentes de la más alta política para enfrentar el cambio climático.
Pico y Placa Medellín
viernes
no
no