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La milagrosa

A la Madre Laura cientos de creyentes le agradecen por incontables favores recibidos.

  • Julio César Herrera
    Julio César Herrera
10 de mayo de 2013
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Una silla de ruedas, un caminador, dos bastones, tres anteojos, dos prótesis para miembros inferiores y cuatro pares de muletas son los vestigios de la vasta obra milagrosa de la Madre Laura Montoya que sus fieles le endilgan.

En el barrio Belencito, en el santuario de su congregación, reposan estos artículos como testimonio de fe. Alrededor de ellos, incontables placas, casi todas ellas de agradecimiento por “los favores recibidos” de la futura santa.

Desde que se conoció la noticia de la canonización de la religiosa antioqueña, la sede central de las Misioneras de María Inmaculada y de Santa Catalina de Siena se ha convertido en un importante centro de peregrinación al que llegan gentes de todos los lugares.

Junto a una imagen de una Laura Montoya joven, flores rojas y amarillas, las paredes atestadas de mensajes de agradecimiento y algunos velones encendidos, una urna de plástico recibe las cartas de aquellos que buscan la materialización de lo inexplicable. Como principal petición, la mejora de la salud.

“Para Dios Padre”, escribe algún fiel. “Para que Angelita se me alivie”, pide otro más. De acuerdo con las placas que llenan el lugar, Laura Montoya ha curado bebés, pacientes con cáncer; ha intercedido ante Dios para la concepción de los hijos y los ha hecho saludables cuando sobre ellos han caído graves enfermedades congénitas.

Pablo Esteban Pérez Mesa, de cuatro años, niño que tenía las rodillas fuera de sitio y los pies torcidos. Le pidieron a la Madre Laura que no necesitara cirugía. El niño se sanó, tiene los pies derechos y siguió sano. Trae la prótesis en agradecimiento por el favor recibido”.

Los agradecimientos llegan en delicados brocados, en retazos de madera tallada. Para demostrar la fe no importa el material, la ortografía o el mensaje. Gracias, Madre Laura, “porque me concediste la dicha de ser mamá”, “por tu intercesión ante Dios por devolverme la vida”, “por los favores, milagros y sanación recibidos”.

Los testimonios

Para los imposibles, para los vericuetos de la vida en los que la razón o la ciencia no tienen cabida, la fe. Y la romería sigue creciendo a medida que la vida y obra de la monja de Jericó se hace más conocida entre los católicos.
No hace mucho tiempo llegó a este santuario la hermana María, misionera de las lauritas, como se les llama popularmente. Según dice, grandes milagros y otros favores más mundanos –como conseguir carro o trabajo– son las peticiones más comunes.

En los pocos días que ajusta allí, ha escuchado historias de prodigios que le valdrían a la beata Laura varias canonizaciones más en El Vaticano. Cuenta la historia de un discreto sacerdote que llegó hasta allí, donde reposan los restos mortales de la misionera fundadora, para certificar la curación de un cáncer cerebral.

“Él dice que llevaba más o menos seis horas en la morgue, inconsciente. Y de pronto como que vio a la Madre Laura. Se levantó y dijo: ‘Yo estoy vivo, me curó la Madre Laura, no tengo cáncer y háganme los exámenes’. No tiene nada”.
Hasta hace poco la religiosa estuvo como evangelizadora en Cereté. Testifica la seguidora de la Madre que hace unos años, en el corregimiento de Majagua, Bolívar, se hacía inminente la incursión armada de un grupo paramilitar.

El pueblo estaba aterrado, y finalmente los bandidos reunieron a todos los habitantes que temían para ellos la peor de las suertes. En efecto, los paras no habían llegado hasta allí en son de paz, mas cuando quisieron cometer los asesinatos, se encontraron con una fuerza que se los impedía.

Uno de los combatientes se quejó entonces de aquella viejita impasible que habitaba uno de los ranchos y se negaba a salir de él. Según el testimonio de la hermana María, esa era su patrona cumpliendo con el deber de proteger a los indefensos. Los armados tuvieron que irse por el mismo camino por el que habían llegado, con el rabo entre las patas y vencidos por el poder de la fe.

En el lecho de muerte

Estela Montoya, oriunda del Suroeste y de 84 años, conoció a la beata. Tal vez por la consanguinidad lejana de la familia Montoya, la misionera antioqueña le curó el corazón.

Más precisamente a uno de sus familiares. Con algo de orgullo, señala una de las placas más antiguas del santuario en la que da cuenta del milagro. Una grave enfermedad cardiaca hizo que las oraciones de toda la familia se concentraran sobre esta persona en riesgo de morir.

Muchos años después, el enfermo goza de salud plena. Recuerda doña Estela que antes de que la feligresía conociera de estas y otras historias mágicas, las hermanas sugerían que quien tuviera algo que pedir, siguiera el rito de acostarse sobre la cama de la que será la primera santa de Colombia.

Hoy, el lecho de muerte de Laura Montoya está protegido por una urna que impide el contacto. No obstante, su cuarto sigue siendo sitio de peregrinación, de concentración de la fe.

La encargada de las comunicaciones de la congregación, la hermana Surama Ortiz, cuenta otras historias que dan cuenta de los poderes curativos de Laura Montoya. Una de esas historias es cercana y reciente. Le ocurrió a un cuñado suyo.

Milagros en la Tierra

Un cáncer de próstata amenazaba peligrosamente la vida de Mauricio Rodríguez. En un sueño, su esposa se encontró con la beata Montoya. “Yo anoche soñé, o no sé si la vi, o fue entredormida y despierta, no lo sé, pero vi a la Madre Laura en el cuarto de Mauricio”, le contó a Surama su hermana.

 “Él tenía el pecho abierto y yo veía a la madre Laura que con unas gasas presionaba el pulmón. El pulmón estaba envuelto como en una malla muy delicada, que eran como los vasos sanguíneos. A medida que ella iba presionando, yo veía la gasa muy ensangrentaba, pero luego se tornaba blanca. Hasta que la Madre la dejó blanca, como dorada, muy bonita y delicada”. Desde entonces las cosas han marchado mucho mejor.

Finalmente, otra historia de fe llena de esperanza a misioneras, católicos, fieles y otros que no lo son tanto. Le pasó, según cuenta la hermana Surama, a alguien completamente alejado de la fe cristiana.

Un hombre de academia, un hombre con un pulmón enfermo, un hombre “casi ateo”, un hombre de ciencia llamado Raúl Bastidas fue el blanco de oraciones de una familia preocupada por su salud. El único acto de fe, si es que puede llamarse así, fue el depósito de un billete en una de las alcancías dispuestas en los alrededores de la cama de Laura Montoya. “Por si acaso usted puede hacer algo por mí”, fue lo único que le dijo, desconfiado, a la misionera.

Pasó el día, llegó la noche, y Bastidas vivió una experiencia transformadora.

“El dice que estaba de pie, cuando de pronto vio una luz que subía y lo invadió como un calor”, relata la hermana Surama. “Es una luz que no es la que yo conozco, una luz diferente, muy hermosa”, decía el profesor. Algo le dijo que necesitaba cerciorarse de su real estado de salud. Los exámenes llegaron y no había rastros de la enfermedad.

Milagros o no, las lauritas creen que estas y otras manifestaciones son la prueba del carácter divino de la Madre Laura Montoya. Por eso hablan del caso de este escéptico que hoy asegura: “Le agradezco a la Madre Laura porque me curó, pero más la agradezco porque me evangelizó”.

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