Probablemente no la tenga toda, pero quizás sí buena parte de la obra de la Madre Laura. La misionera seglar María Elsy Oquendo Moreno le ha seguido la pista a ese material, a través de ediciones únicas o limitadas; pequeños tesoros que mantienen sus hojas pegadas con cinta ya añeja. O de reediciones de los textos más conocidos, también fotocopias y material en formato digital.
En su apartamento, en pleno centro de la ciudad, lo guarda todo sin un orden particular, pero cuando se le pregunta por algún texto, lo encuentra al instante. Tiene memoria y tono de maestra, de haber enseñado por décadas a leer y a escribir, a muchos niños, incluidos indígenas de los zenúes, cunas y katíos.
También tiene vocación de coleccionista, por el amor que siente desde pequeña por Laura Montoya. Nació en Frontino y recuerda a su madre, una “cuentera extraordinaria” como la define, que incluía entre las historias, después de coger café y antes de dormir, las aventuras misionales de la Madre Laura, que ella, una pequeña de seis años, consideraba extraordinarias.
Esas mismas que relee y recuerda de tanto contarlas en su tarea evangelizadora. De la Autobiografía de la Madre Laura, que cuenta con dos tomos, tiene cuatro ediciones, desde la primera, hecha por Ed. Bedout, en 1971, que tiene el lomo gastado y a la que siempre vuelve.
Escritora constante
Dice que la Madre Laura escribía todos los días: “No existía teléfono entonces”, bromea. También que tenía una imprenta propia. Quedan sendos volúmenes de correspondencia con monseñor Miguel Ángel Builes y monseñor Francisco Cristóbal Toro, entre otros, y registros de comunicación con los sacerdotes con los que ella tenía que entenderse en su labor. Hay múltiples textos escritos para las hermanas de su congregación. Calcula que existan, conocidas, unas 2.814 cartas, pero deben ser más.
En una pequeña edición con tapa rosada tiene la novela Hija espiritual, escrita por el médico cirujano y escritor Alfonso Castro, una obra que empezó a publicarse en 1905, en la revista medellinense Lectura Amena, según consigna el padre Carlos E. Mesa, en su libro, Laura Montoya, una antorcha de Dios en las selvas de América.
Allí relata que la obra novelada del doctor Alfonso Castro contaba la historia de una maestra católica que causó revuelo en la época porque se asemejaba a la vida y figura de la Madre Laura pero con un final que no correspondía a lo que hasta entonces se sabía de ella. “En la Villa de la Candelaria menudearon los comentarios. Dice la Madre: ‘Mi nombre se echó a volar con las calumnias más raras’. Al iniciarse el curso, la matrícula rebajó notoriamente. La calumnia había envenenado los ánimos de los padres de familia, los cuales se abstuvieron de inscribir a sus hijas”, cuenta el padre Carlos. Con el final de 1905 cerró el Colegio de la Inmaculada.
Al enterarse de la novela, la reacción de la Madre Laura fue “de carácter heroico”, relata el biógrafo. No solo se grabó una cruz en el pecho, sino que acudió al escritor Tomás Carrasquilla, para que le ayudara en la redacción de Carta Abierta, una defensa que logró, incluso, que sus discípulas, algunas alejadas por la polémica, recogieran para apoyarla.
Inspiradora y mística
En un volumen, que cabe holgadamente en la palma de la mano, se puede leer el título Destellos del alma y una dedicatoria: “A mis hijas cuando crean poder utilizarlos en bien de sus almas”. Son poesías y cantos hechas expresamente para uso de las hermanas de la congregación.
Esta obra hace parte de la obra mística de la Madre Laura, entre las que están también Lampos de luz, Proyecciones de un corazón humano-divino y Voces místicas de la naturaleza. Cuenta la hermana Surama Ortiz, que toda la obra de la Madre Laura fue revisada por los censores del proceso de canonización, en El Vaticano, quienes debían confirmar que no hubiera nada contra la fe.
Ellos, como María Elsy, confirmaron que la Madre Laura no solo se esmeró en su vida, como evangelizadora, sino en dejar una obra clara, sencilla y limpia en la escritura. Otra manera de inspirar.
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