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Sí hay, pero se acabaron...

  • Sí hay, pero se acabaron...
06 de junio de 2011
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Definitivamente andamos en una racha de buen humor, empezando por Suso, un verdadero fenómeno de la risa, de la alegría y de la inteligencia; porque Suso no es un payaso sino un hombre culto que ha hecho del humor un arte con todas las de la ley.

Y hay también otros personajes que juegan magistralmente con las situaciones, las palabras y hasta la hermana naturaleza que a veces nos toma el pelo y en ocasiones nos deja con el agua al cuello, es decir, que no llega a mojarnos la cabeza.

Hace poco escuché una frase que si se pone empeño puede hacerse famosa. Dice así, más o menos, el feliz enunciado meteorológico: el fenómeno de La Niña se acabó, pero seguirá lloviendo... No está mal, para empezar. Para corroborar lo dicho por el gran 'pitoniso' debemos recordar que el fenómeno de La Niña es precisamente la precipitación abundante de agua sobre zonas determinadas.

El anuncio del alto personaje que nos dio la noticia sobre el fin y el no fin de La Niña, nos recuerda aquel inocente juego de palabras inventado por un tendero que cuando le decían si tenía bananos respondía todo sonriente, todo serio dicen otros: sí hay, pero se acabaron... Esto prueba, una vez más, que el que con Niños se acuesta, mojado amanece. ¿No es así, mi querida "Niña"? Se acabó pero sigue la cosa...

PAUSA. Moraleja de la nota anterior: no hay que fiarse de las "niñas"... y mucho menos de las "mayorcitas".

¡OH CAPITÁN, MI CAPITÁN! Hace muchos años, pero muchos, cuando yo estaba "vivo", que hice mi primer viaje a Venezuela por una ruta de hadas donde había que viajar en un tren de liliput que los mismos pasajeros debíamos alimentar de leña recogida a los lados de la vía. Ruego al buen dios de los ferrocarriles que todavía se conserve este diminuto camino de hierro que tiene o tenía su fin en Encontrados, donde teníamos un cónsul al que había que visitar en su hamaca como a cualquier hermosa dama guajira.

Pero el cuento no es el del trencito sino el del cayuco, pequeña embarcación comandada por el capitán Edilmaro, un hombre limpio de abarcas y corazón, como que vivía en contacto con las aguas del golfo. Ocurrió que no me alcanzaba el dinero para el pasaje hasta Maracaibo y entregué en parte de pago a mi capitán, un ejemplar, firmado, de mi primer libro de cuentos, como para el Capi eso era cosa inédita, se sintió emocionado y se fue a cubierta a leer aquellas viejas mentiras de un escritor joven.

La parte mejor de la mínima historia está en la pasada que hice cerca de la silla del capitán Edilmaro quien tenía su libro abierto frente al pasaje del cayuco. ¡Y lo tenía al revés! En medio de mi mayor emoción y haciendo señas de agradecimiento al Espíritu Santo, le dije a media voz para no turbar la lectura del capitán: bendecido seas Edilmaro, el Señor no te enseñó a leer.

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