Extrañas resultan las reacciones oficiales al paro armado promovido la semana pasada por Los Urabeños . Todo parece indicar que las autoridades nacionales no sabían sobre el altísimo nivel de coerción que ejerce este y otros grupos armados sobre las poblaciones en distintos lugares del territorio nacional.
Dijo el ministro de Defensa que la reacción no se había dado antes por ausencia de denuncia y que hoy ve la necesidad de "elevar los mecanismos de inteligencia y judicialización, porque lo que es importante es que no se presenten de manera sorpresiva estos hechos (?) sino que se pueda actuar antes y no después".
Los mecanismos de inteligencia y judicialización deberían haber estado funcionando hace mucho tiempo. Las acciones de los grupos armados que se reconfiguraron como resultado de la desmovilización paramilitar son noticia vieja. Grupos como las Autodefensas Gaitanisitas, Los Paisas, Los Urabeños, Los Rastrojosy Las Águilas negras se han tomado regiones enteras, controlan los mercados ilegales y ejercen control social. Esto no puede ser una revelación ahora que Los Urabeños han hecho una demostración pública de su capacidad de coerción.
En segundo lugar, todo gira en torno a Los Urabeños , ignorando otras fuentes de riesgo. Dijo el presidente Santos: "Vamos a ir desmantelando la estructura de Los Urabeños en cualquier región del país que se encuentren". Puede ser que se trate de la coyuntura, pero me temo que también puede tratarse de la vieja estrategia de nombrar un "enemigo número uno", mostrar acciones en contra de este y prometer su desaparición, mientras que otros fenómenos crecen y se multiplican. Los Urabeños deben ser combatidos, pero también deben serlo los otros grupos armados. Recordarán que durante el gobierno de Uribe el "enemigo número uno" fue el Loco Barrera . Su figura fue útil para encarnar el mal y concentrar los esfuerzos de persecución del Estado. Después de tanta concentración, el Loco Barrera se esfumó.
Finalmente, resultan complejos los llamados del ministro de Defensa a que los ciudadanos desafíen a los grupos armados y no se dejen intimidar. Dijo el ministro: "Invito a todos los ciudadanos de bien a que abran sus locales, salgan a las calles, sientan confianza en su Fuerza Pública y no se dejen amedrentar por amenazas". Bajo la existencia de una amenaza directa, convocar a los ciudadanos a que desafíen a los violentos podría comprometer la responsabilidad del Estado si se llegaran a presentar hechos criminales en contra de quienes decidieron asumir el llamado del Gobierno.
Además, el llamado del ministro no toma en cuenta un imbricado sistema de coerción que ha logrado arraigo en muchas comunidades y que goza de una efectividad brutal. Manifestó el ministro que "la gente debe recuperar la confianza", entre otras razones, porque "una vez la Fuerza Pública reacciona, hace presencia, pues las cosas deben normalizarse". Desafortunadamente, el hecho de que la Fuerza Pública haga presencia unos días no implica la desaparición de la amenaza.
La coerción que ejercen estos grupos no es cuestión de la demostración de fuerza ocasional o un ejercicio infundado de generación de pánico. El efecto coercitivo de la violencia es un fin calculado que se deriva de la capacidad del grupo armado de comprender, penetrar y controlar ámbitos sociales de las comunidades, regular cotidianeidades, y mantener a la población bajo control a través del uso instrumental de la violencia. La coerción y el control poblacional llevan años erigiéndose y no desaparecerán, sencillamente, porque se trasladen 500 policías a una región. La acción estatal tendrá que ser más de fondo y demostrar cambios estructurales, asumiendo la seguridad y la jurisdicción de manera efectiva y constante. El arresto o la muerte de un líder o de varios integrantes del grupo no desarticulan el efecto coercitivo de la violencia, ni la capacidad de Los Urabeños o de cualquier otro grupo para generar temor.
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