El "cordón umbilical" que conecta este vehículo desde las profundidades con el exterior no es un cable cualquiera.
Mide 1.60 metros de longitud y soporta los 60 kilos que pesa la nave. Está hecho con un recubrimiento especial que permite que el submarino bajo el agua alcance la flotabilidad.
Pero, además, es la garantía de supervivencia, porque por allí pasa el fluido eléctrico que permite la locomoción del vehículo, y lleva la fibra óptica por donde es posible supervisar cada una de sus maniobras.
La intención es no perderlo de vista, lo que el Grupo de Investigación en Automática y Diseño (A+D) de la Universidad Pontificia Bolivariana, tendrá oportunidad de probar, más adelante, cuando por fin sumerjan su prototipo final.
La idea de construirlo les rondaba desde hace años, dice Luis Benigno Gutiérrez, director del Grupo, e incluso se habían desarrollado algunos prototipos, hasta que decidieron presentarlo a Colciencias y unirse a la Armada Nacional para llevarlo a cabo.
El propósito de la nave, en la que llevan invertida más de 500 millones de pesos, es facilitar el estudio en biología marina, el trabajo de inspección en seguridad de puertos y el acceso de diversas empresas a esta tecnología.
El submarino está diseñado para soportar la presión a 100 metros de profundidad. A esta distancia, los operadores saben dónde y en qué estado se encuentra, pues el ROV (como la denominan), cuenta con sensores de movimiento, de profundidad y de orientación, a través de una brújula electrónica; así como de temperatura.
Además, incluye una suerte de "cerebro" central, un procesador que compila los datos y los entrega.
Cuenta con 4 motores y piezas especiales construidas para este vehículo, cuyo mayor desafío consistió en lograr que los sellamientos funcionaran para evitar una posible intromisión del agua.
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