La Sagrada Familia subió a Jerusalén a la fiesta de pascua. Pasados algunos días volvieron a Nazaret, pero Jesús se quedó sin avisar a sus padres. María y José creyendo que iba en la caravana hicieron un día de camino y entonces lo buscaron. Al darse cuenta de que no estaba se volvieron caminando a Jerusalén. ¡Dos días caminando… Como toda buena mamá, María le habrá echado una cantaleta al pobre de san José, de muy Señor y Dios mío.
Si esperar 30 minutos en la fila de un banco nos agota, figúrense dos días caminando bajo el sol de Palestina. Finalmente lo encontraron, al tercer día, en el templo sentado en medio de los doctores escuchándoles y haciéndoles preguntas.
¿Se imaginan el cruce de miradas? Jesús estaba feliz porque se sentía que ya era grande, que ponía en jaque mate a los doctores de la ley con sus preguntas y respuestas. Querría comenzar ya a predicar que para eso se hizo hombre. Estaría esperando alguna palabra de admiración por parte de los suyos y en lugar de esto la Virgen le hace un reclamo: "Hijo mío, ¿por qué te has portado así con nosotros? Tu padre y yo te hemos estado buscado llenos de angustia". En este conflicto, cuántos hijos y cuántos padres se ven perfectamente reflejados. Ellos ven que sus padres no les entienden y los papás piensan lo mismo, que sus hijos no se dan cuenta del peligro que corren saliendo de madrugada, haciendo amistad con amigos inconvenientes.
La adolescencia es la etapa decisiva de la madurez humana porque se injertan al mundo dándole un sentido a su existencia. Los padres se angustian porque sienten que sus hijos se les van de las manos, pero es necesario, deben salir del amparo del hogar para madurar y saber qué rol juegan en la sociedad. Por eso la mejor inversión en la formación de los hijos está en la infancia, no después.
Jesús, aún pensando que tiene la razón, obedece a sus padres y sin protestar se va con ellos a Nazaret. Aunque el evangelio no lo indica, estoy seguro que habrá sabido disculparse por haberles mortificado. ¡Qué magnífica lección para todos los jóvenes y también para los papás, pues María no lo agarró a pescozones, ni le gritó, ni lo amenazó, sino que lo reprendió con justicia y bondad…
A los hijos les corresponde obedecer y a los padres el de vigilarlos y no dejarlos hacer lo que les venga en gana. Tienen que ejercer el servicio de la autoridad porque el adolescente necesita ser guiado con cariño y firmeza.
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