Desde el helicóptero, el mandatario de los antioqueños, Sergio Fajardo , miró la selva de la Serranía de Abibe y vio, en el filo de una montaña, varias casas, separadas por grandes distancias del caserío y su escuela. "Esos niños están desescolarizados", dijo Fajardo.
La escena fue contada en una crónica publicada en este diario el 22 de abril. Y no hay duda en ella: hasta desde las alturas se ve el abandono que padece esa comunidad por parte del Estado. ¿Cuántas horas tienen que caminar esos niños hasta la escuela? ¿Cuántos riesgos enfrentan: puentes enclenques sobre ríos caudalosos o la desprotección ante abusadores y actores del conflicto armado?
La inasistencia a la escuela es cuatro veces mayor en el campo que en la ciudad. Según la Encuesta Nacional de Hogares, el 61 por ciento de los jóvenes que no asisten tienen un rango de edad de interés para el reclutamiento de los grupos ilegales. Entre 7 y 14 años son preferidos por la guerrilla. Entre 14 y 17, son reclutados por paramilitares.
El índice de deserción es del 40 por ciento. Los estudiantes prefieren retirarse porque los teoremas de Pitágoras, las hazañas de Bolívar o la majestuosidad de las pirámides de Egipto, no les sirven en la pequeña parcela o el jornal en otra finca. El dinero y las aparentes comodidades de las grandes urbes también los deslumbran. En otros casos, a los profesores les da miedo desplazarse hasta las lejanas escuelas, debido a los peligros que los acechan.
El gobernador Fajardo no descubrió el "agua tibia". Mucha tinta y micrófono se han gastado para hablar del tema. Muchas escuelas de Antioquia -y muchas más del país-, son teatros de guerra. Las aulas sirven de retaguardia o zona de descanso. Los recreos se usan para adoctrinar maestros y estudiantes.
Los maestros participan consciente o inconscientemente, al reproducir patrones de conducta violenta o autoritaria. En algunos casos son apáticos ante sus alumnos, porque la docencia no era su vocación. Pero más que eso, cuando un valiente maestro intenta impedir la injerencia de armados, encuentra la muerte. El maestro rural no recibe adiestramiento que le ayude a vivir en medio de la guerra. El sistema educativo lo abandona y no le brinda estímulos para cumplir mejor una tarea ingrata.
Algo parecido sucede en Medellín. En la comuna 13, por ejemplo, maestros y alumnos tienen que continuar su jornada en las aulas, pese a las balas que se escuchan cerca. Estas son parte de su cotidianidad y los docentes son foco común de sus amenazas.
El gobernador Fajardo observa desde las alturas el problema. En la tierra se vive. La Institución Educativa Nueva Granada, de Turbo, tuvo que ofrecer sus clases en una cantina, porque la Gobernación no le había terminado su planta física. Los enguayabados y su música en alto volumen no dejaban estudiar. En mayo pasado la comunidad bloqueó la vía que de Medellín conduce a Urabá, para que solucionaran la situación.
A Fajardo suelen recibirlo con calle de honor. La banda escolar toca, hay uniformes de gala, discursos de estudiantes y el sancocho de gallina 'escarbera'. Pero en las escuelas de Antioquia hay problemas invisibles, cotidianos, que podrían arruinar cualquier plan de desarrollo majestuoso y brillante. Así que el reto del Gobernador no es sencillo: literalmente debe "aterrizar" en su Antioquia, la más educada.
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