¿Será que con la reforma a la justicia presentada por el gobierno Santos para discusión de la opinión pública, se descartó la invitación al juez Baltasar Garzón para inspirarla y modelarla? Este es un discutido togado español, suspendido como juez por el Tribunal Supremo de su país, al acusarlo de haber cometido el delito de prevaricato.
Por supuesto que esta invitación no había caído bien en algunos magistrados, por considerar que tal protagonismo foráneo sería una ominosa afrenta para el cuerpo judicial del país, al venir a dictar normas de conducta un ciudadano extranjero que carga sobre sus espaldas la grave imputación de uno de los delitos más graves que pueda cometer un juez, cual es de la prevaricación.
Para conocer mejor a Baltasar Garzón hay que leer el libro, " Felipe González, el hombre y la política ", de Alfonso Palomares, antiguo director de la agencia Efe.
Allí encuentra el lector un buen resumen de la personalidad de un hombre ambicioso y vengativo, que pone sus intereses personales por encima de las razones de justicia e imparcialidad para el desempeño de sus funciones.
Allí Palomares retrata de cuerpo entero a este hombre pretencioso y poco leal con quienes le brindaron amistad, pero no pudieron colmarlo de los honores a los cuales Garzón se creía merecedor.
Narra Palomares cómo el presidente Felipe González, pasando por encima de amigos tan entrañables como competentes, colocó a Garzón de segundo en la lista para Congreso.
No contento con tan excesivo homenaje, aspiró luego a ser el Ministro de Justicia de González, posición que al no concretarse, despertó en su veleidoso corazón, rencor contra su jefe.
Felipe no lo nombró al considerar que aquel, "no tenía el equilibrio suficiente y exigido" para tamaña responsabilidad. Insistía en que "sus apasionamientos le ofuscaban la razón". Le faltaba "la versión pragmática de la sensatez".
Garzón, en concepto de quienes mejor lo conocen en España, "padece de vanidad con dolencias extremas".
Han descubierto en él, con Palomares a la cabeza, "la ruidosa levedad del ser". Un hombre codicioso, pantallero que "carece de eso que se llama sindéresis" o falta de discreción para juzgar correctamente. Tanto así, que en un acto poco usual, el Tribunal Supremo Español lo suspendió de su cargo, al querer revivir contra derecho, pasajes de la historia española ya definidos por las leyes.
Garzón siguió tramando argucias contra el presidente de gobierno Felipe González. Al regresar a su posición de juez -luego de aguársele el Ministerio de Justicia- levantó expedientes contra el gobierno, acusándolo de montar crímenes de Estado. Encarceló al Ministro del Interior.
Por un pelo se salvó Felipe de caer en las celdas, dado el revanchismo garzoniano. Aspiró con liquidar políticamente a González. Cocinaba retaliaciones estimuladas por su "enfebrecido vedetismo".
Un coro de amigos lo animaban a darle la estocada final al gobierno del PSOE. Con su ira y su befa, el gobierno se cuarteó.
Dudábamos que fuera un acierto del nuevo gobierno colombiano llamar a un juez -suspendido en su propio país por el más alto tribunal de justicia-, para inspirar la reforma de la justicia colombiana.
Parecería sí, que con el proyecto ya madurado por el Ejecutivo y que comienza a discutirse, tanto en las Cortes como posteriormente se hará en el Congreso, la tentación de importar a Garzón como tutor de esa reforma, se hubiera disipado para respeto de nuestros propios jueces colombianos.
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