"Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo; pero aquí estamos. Os agradezco la acogida", empezó diciendo en tono sonriente desde del balcón vaticano, vestido de blanco y con el mismo pectoral que utilizaba desde antes, cuando vivía en Buenos Aires.
Muchas cosas llamaron la atención sobre el nuevo Papa, que sucedía a Benedicto XVI, quien renunció a su ministerio. Fue el primer Papa latinoamericano, el primer jesuita y el primer Francisco, en honor del humilde santo de Asís.
Antes de dar la bendición a los fieles que lo aclamaban como su nuevo pastor, les pidió que rezaran por él. Y muchos cristianos desde ese primer contacto expresaron su felicidad por un Papa cercano, que habría de proclamar su opción por los pobres.
Francisco abrió las puertas de la iglesia a todos, pero principalmente a los más olvidados por los sistemas políticos, económicos y sociales.
En un año de cálida y activa presencia evangelizadora y misionera, logró que la Iglesia Católica resultara acogedora, incluso para quienes se habían distanciado de ella por las diferencias que observaban entre las enseñanzas evangélicas y la vida de sus jerarcas, sacerdotes y religiosos.
Sus palabras y gestos lo han hecho popular. Portada y personaje del año en numerosas revistas, pero se mostró ofendido cuando en un grafiti se le comparó con Superman.
Y razón tenía, pues su mensaje va en otra dirección. Con profundo significado cristiano lavó los pies de ciudadanos musulmanes; abrazó a un hombre cuyo cuerpo estaba lleno de tumores; recibió jerarcas de otros credos y religiones, con sentido ecuménico y gran respeto; acogió a los divorciados; pidió no juzgar a los gais.
Apertura a todos, pero mostrando predilección por los que sufren: los discapacitados, los enfermos, los desterrados, y por eso ha convertido en práctica cotidiana un mensaje que es muy central en el evangelio: la fe debe expresarse en obras, para no ser rito vacuo.
Se encuentra así lo que ha sido la base de este pontificado, una posición cristocéntrica. Con sus palabras, sus gestos y su ejemplo, el Papa Francisco invitó, de múltiples formas, al creyente convencido y al tibio, a centrarse en la figura de Jesús, como un referente de vida. Y a la luz de esa figura de Jesús descubrir la cercanía de Dios con los hombres.
Al mismo tiempo, con su propio estilo de vida, reflejo de una gran libertad interior y profunda espiritualidad, desde el primer momento en que apareció en el balcón con su sotana blanca, Francisco se constituyó en un signo visible de la presencia de Jesús que les exige a los miembros de la jerarquía eclesiástica, a todos los religiosos, mayor coherencia entre su sermón y su acción.
Bergoglio, el Pontífice que ni siquiera se presenta como Papa sino como obispo de Roma, ha sido crítico de su propia iglesia. Sin cambiar la doctrina, pero sí las costumbres, ha pedido a sacerdotes y religiosos ser más humildes, salir a las calles, hacer caridad y puso en marcha una reforma en la curia romana para desvincularla de cualquier actividad de lucro.
La Iglesia es dos veces milenaria. En su larga historia, un año es un suspiro. La consolidación de su doctrina no es de días, sino de siglos. Francisco aún tiene mucho camino por andar. No obstante, ha logrado que millones lo acompañen en el inicio de su travesía.
ESTAMOS ANTE UN PAPA QUE DICE LO QUE CREE QUE LA GENTE QUIERE OÍR
Por JUAN G. BEDOYA
Periodista, editor de la información religiosa del periódico El País, de España.
Del Papa Francisco realmente solo hemos escuchado buenas palabras, buenas intenciones, además en el sentido de que no piensa cambiar la doctrina: no piensa abrir el sacerdocio al celibato opcional ni el sacerdocio a la mujer.
Tengo la impresión de que estamos ante un Papa que dice lo que cree que la gente quiere oír, y habría que remontarse a su pasado peronista: decir lo que cae bien, pero que después no se hace. Y que de todas maneras no es novedad porque la Iglesia Católica siempre ha hablado de los pobres, de la misericordia, de la caridad, aunque siempre lo hace desde la opulencia de los palacios. No veo por ninguna parte el afán reformista que se le atribuye. Tiene un buen discurso que llega a la gente, pero cuando se trata de ejecutar, no ha tomado realmente ninguna medida.
Y su mensaje no ha calado en las iglesias particulares, los obispos siguen manteniendo el mismo discurso, pero no se nota para nada lo que se ha dado en llamar “el espíritu de Francisco”. Tampoco se nota en el Vaticano, no sé si porque no le dejan o porque él no está dispuesto a hacerlo. Las principales reformas que los fieles de base reclaman, sobre todo las mujeres, después del Concilio Vaticano II, no creo que esté en disposición de hacerlas. La Iglesia es mucho más que Roma. Por eso la reforma la tienen que hacer los obispos que son los pontífices en sus respectivas diócesis. Y por cierto el Papa no ha cambiado al episcopado.