Aquí cayó un rayo, se lee en el epitafio de Ómar Rayo. Así, exacto, dijo que quería que le pusieran en su tumba.
Lo enterraron en su museo, ese que creó hace veintinueve años, que lleva su apellido y al que le dedicó su vida. Fue en una de las alas, al aire libre, donde había un poco de verde, justo donde cayó un rayo, de verdad.
Y el artista es ahora también un rayo que alumbra el museo, que sigue ahí e incluso, que le da vida, pese a su muerte misma. No dejó su obra. Prefirió quedarse junto a ella para siempre, casi como un ángel.
Lo que se escucha por ahí, en las calles del pueblo, y en repetición, es que Roldanillo se puso en el mapa gracias a él y a esas paredes donde cuelgan sus obras y la cultura se respira desde el techo.
"Es el único museo que tiene una ciudad. Es más grande que el mismo Roldanillo", expresa Juan José Madrid, quien fue su director durante 20 años.
No en vano las personas quisieron darle el último adiós al maestro y el pueblo se quedó casi vacío. Ellos saben, aunque, según Juan José tampoco lo han dimensionado del todo, que Ómar Rayo es un gran artista y que el museo un legado, o un regalo, que no tiene cifra, ni es medible.
Los roldanillenses lo veían caminando, cruzando la mariposa que hay a la entrada del recinto de arte, ya cuando el sol se había ido, o cuando apenas había acabado de aparecer.
"Ómar murió por su municipio, por tantas preocupaciones que le dio, porque no descansaba. Él decía: 'este museo es mi hijo bobo'", cuenta su hermano Vicente. También es artista, pero nunca pintaba con él porque le quitaba el pincel, recuerda entre risas.
Arte en todos los sentidos
Cuando le preguntaban a Rayo por qué hizo el museo en el pueblo y no en una gran capital, no dudaba en decir que quería que Roldanillo tuviese un museo.
"De los que han hecho los artistas, es de los pocos que han podido salir adelante. El que intentó Negret está en el oscurantismo, lo mismo el de Ramírez Villamizar. Éste era un experimento, porque Roldanillo era un pueblo olvidado del Valle del Cauca, que ni siquiera pasa por la carretera central. Entonces era traer a las personas de otras partes y estar al servicio de su comunidad", explica Miguel González, crítico de arte y quien fue el primer director del Museo Rayo.
Por eso es difícil separar que éste hace parte de la idiosincracia del pueblo, y que son pocos los que han dejado de pasar por sus corredores, de observar los cuadros del artista, de perderse en las sombras, en el movimiento mismo, en ver en un objeto plano algo que parece tridimensional. Pocos no han hecho un taller, han ido a pintar, a escuchar poesía, música o a derretirse con las exposiciones de otros artistas.
Ómar Rayo no dejó un legado, lo construyó desde que empezó a ser artista y puso la primera piedra, por allá en 1976. "El legado del maestro está a la vista -dice Águeda Pizarro, su esposa. Este museo y su obra, es para Colombia. Es un hombre que trabajó consciente del legado que iba a dejar. ¡Por Dios! es uno de los grandes artistas geométricos del mundo, de los pocos que ha entregado algo a su pueblo".
Una herencia cultural
Rayo le deja a Roldanillo y al país, toda su obra. Él fue un artista polifacético, que pasó por la caricatura, por el bejuquismo, que fue un planteamiento alrededor de lo surreal, y también por figuras estilizadas, el grabado y las esculturas. Un artista autodidacta que encontró su estilo en la geometría, en entrelazar las luces y en jugar con las sombras. "Las hacía con carboncillo, por fricción. Eso también era uno de sus trucos. No es aerógrafo o spray, como muchos creen", comenta Vicente.
Y un artista, sobre todo, que quería culturizar. Por eso en su museo exponer no era lo único. Para él era fundamental que se hicieran talleres y eventos, que hubiese un concurso de dibujo para niños y motivos para que las personas quisieran ir y volver y repetir.
A Roldanillo le queda entonces un museo que le proyecta y que le enseña. Uno que tiene, completa, innumerable, porque es desde los inicios y hasta las últimas pinturas, toda la obra de Ómar Rayo. Y le queda, además, un artista que se fue en cuerpo, pero no en espíritu. Uno que duerme al lado, como una obra más, y que les dejó la enseñanza de que nunca se deja de aprender, pero también que, como lo escribió alguna vez, "me parece que en el mundo entero la cultura está dolorosamente abandonada. A pesar de ello se defiende con el arma de la verdad y así perdura.
Por eso toda persona o entidad que esté de espaldas a la cultura ya está derrotada. Primero su espalda se volverá opaca, luego traslúcida, después transparente y finalmente desaparecerá".
Para Rayo su gran preocupación era sostener el museo y, sobre todo, que después de morir, no se fuese a caer. Ahí también está su herencia. "Cayó un Rayo en el museo, pero lo iluminó y le dio más vida para que siga adelante, para que la gente lo siga apoyando", concluye su hermano.
Ómar Rayo no se ha ido. Sigue pintando con su esencia. Cada una de sus obras es, en últimas, todo un símbolo.
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