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UNA FASE DIFÍCIL EN BRASIL

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    UNA FASE DIFÍCIL EN BRASIL |
04 de septiembre de 2013
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No se necesita mucha imaginación ni entrar en pormenores para darse cuenta de que atravesamos una fase difícil en Brasil.

Empecemos en el plano internacional. Los acontecimientos abren espacios cada vez mayores para la afirmación de influencias regionales significativas. El mismo "embrollo" del Medio Oriente, del cual Estados Unidos sale cada vez con menos influencia en la región, aumenta la capacidad de actuación de las monarquías del Golfo, que quieren preservar su régimen autoritario, así como Irán, que les hace contrapunto.

En ese sentido, Brasil no hace más que perder influencia en América del Sur. Nuestra diplomacia, paralizada por la innegable simpatía del expresidente Lula da Silva y de la política del Partido de los Trabajadores (PT) por el "bolivarianismo", zigzaguea y tropieza. Ya sea que cedamos a presiones ilegítimas (como la reciente de Bolivia, que no le daba salvoconducto a un asilado en nuestra embajada), ya sea que nosotros mismos ejerzamos presiones indebidas, como en el caso de la retirada de Paraguay del Mercosur y el ingreso de Venezuela. Al mismo tiempo, fingimos no ver que el "arco del Pacífico" es un contrapeso a la inercia brasileña. El saldo, pues, es una diplomacia y un gobierno sin voluntad clara de poder regional, funcionarios atolondrados y papeles ridículos por todas partes.

¿Qué puede decirse de la cuestión energética? La expansión de las plantas está atrasada sin apoyo real del sector privado, salvo para la construcción de las obras. Las arcas de las empresas eléctricas están vacías a causa de las reglamentaciones que, si bien son necesarias, se hacen atropelladamente y sin considerar los intereses de largo plazo de inversionistas y consumidores. La compañía Petrobras, ahora entregada a manos más competentes, está inmersa en una increíble escasez de créditos para invertir y con las arcas sacudidas por la contención del precio de la gasolina. Lo que fuera estruendosamente proclamado por Lula, la autosuficiencia en petróleo, se esfumó en el aumento del déficit de las importaciones de gasolina. Ahora, con la revolución en Estados Unidos del gas de esquisto, quién sabe a dónde irá a parar el precio de equilibrio del petróleo que se extraiga del manto presalino.

En la cuestión de la infraestructura, después de 10 años de atraso en los edictos de concesión de carreteras y aeropuertos, además de tentativas mal hechas, el gobierno innovó: se hacen privatizaciones disfrazadas con el nombre de concesiones, con la oferta de crédito barato del gobierno a las empresas privadas interesadas. Dinero, dígase del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (con intereses subsidiados por el contribuyente) y, encima todavía, el gobierno propone llevar la contratación a los bancos privados. Eso solo en Macondo, la aldea surrealista en la novela "Cien años de soledad" de Gabriel García Márquez. Espero que aquí, la soledad de la incapacidad ejecutiva y la mala gestión financiera no duren cien años.

Si pasamos a analizar la gestión microeconómica, vemos que los vaivenes no son diferentes. La industria, dicen, no exporta porque el tipo de cambio es desfavorable. Ahora tenemos una megadesvalorización de más del 25 por ciento. Si no hacemos nada para reducir las deficiencias e ineficiencias estructurales de la economía brasileña, y si el gobierno no tiene el valor de evitar que la devaluación se convierta en más inflación, el nuevo nivel de la tasa nominal de cambio ayudará muy poco a la industria. Ya me cansé de escribir de esos males y otros más. De las deficiencias en la prestación de servicios en las áreas de educación, salud y seguridad; los medios de comunicación nos dan cuenta de ello todos los días. De los desatinos de la vida político-partidista, entonces, no hay que hablar. Basta ver el último de ellos: la Cámara sigue manteniendo a un diputado condenado por el Supremo Tribunal Federal y que ya está en prisión. No obstante, dada la amplitud de los desarreglos, parece inevitable reconocer que la cuestión central es de liderazgo.

No digo esto para acusar a una persona (siempre es más fácil culpar al presidente o al gobierno) o algún partido específicamente, aunque sea posible identificar responsabilidades. Pero es de justicia reconocer que el desencuentro, el choque de cabezas en el interior de los partidos y entre ellos causa más confusión de lo que abre caminos. De ahí que termine con una pregunta ingenua: ¿Será que no da para un "mea culpa" colectivo y, manteniendo las diferencias políticas e incluso ideológicas, tratar de percibir que cuando el barco se hunda iremos todos juntos, gobierno y oposición, patrones y empleados, los que están en el timón y los que están acomodados en la popa?.

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