Póngase un ratico a ver una horda de hormigas y notará algo muy particular: todas, a pesar de ser miles o millones, parecen tener claro a dónde van, así lo hagan en distintos sentidos, y hay la sensación de que todas llevan prisa. Lo curioso es que aunque en su desfile se siente mucho orden, entre ellas se chocan, pero no se matan.
Ahora haga el mismo ejercicio parado en la glorieta del Ferrocarril con la calle San Juan, en La Alpujarra, a ver los carros. ¡Y qué sorpresa! La sensación es igualita.
Son las 7:00 a.m. del jueves 21 y la mañana es fría. Pero en este sitio, considerado por el Fondo de Prevención Vial como uno de los de más alta accidentalidad en el país, hace calor, un sofoco seco que no viene del sol sino de los motores calientes de centenares de carros y motos que cruzan por el sitio.
Cuatro estrellas negras pintadas en la vía, en los costados del círculo, y cientos de estrellitas también negras rodeando letreros que dicen "no más estrellas negras", son los signos que marcan el lugar y que le advierten a conductores y peatones que hay que poner cuidado.
Al costado norte, un guarda de apellido Suaza pone orden y da vía a los carros, que en el sector oriental cruzan rápido, a veces raudos, y al costado sur más lentos.
"Acá siempre envían guardas, a mí me ha tocado tres veces y no falta el accidente", dice Suaza, que a las 7:40 no se le ha dañado el humor y aún sonríe, sabiendo que está allí desde temprano.
A mí, al contrario, ya me duele la cabeza. El ruido infernal de la carramenta, el humo exagerado de los exostos y el estrés de ver tanta gente a punto de estrellarse, generan tensión. También estar mirando a lado y lado, a cada costado y cada esquina, va creando una sensación cercana a la borrachera que obliga a cambiar de punto.
Y me ahogo en los orines
Y en una de esas, me ubico en el punto más crítico: el costado occidental, cerca al puente peatonal que conduce al Parque de los Deseos.
Allí noto la razón de muchos choques, de los 175 que van este año: la glorieta es demasiado ancha y la vía que lleva al occidente es de sólo dos carriles, entonces cuando se mete el que viene de oriente, su paso no es fluido, pues los que arriban de la carrera 57, el Ferrocarril, ya han invadido los espacios.
Entonces se arman nudos, sanduches, y motos y autos pequeños son absorbidos por camiones, mulas y otros que parecen practicar aquel dicho de que "usted lleva la vía, pero yo llevo el autobús".
Una joven en moto que viene de oriente termina en mitad de la glorieta, con el carril al occidente embolatado, y debe hacer una U para retomarlo. La maniobra casi le cuesta ser arrollada por un bus de Castilla, pero al final se selva... y respiro hondo.
Y ese respiro me hace caer en la cuenta de que estoy ahogado en los orines. Es el sector de Barrio Triste y las esquinas del puente peatonal son verdaderos meaderos públicos que hacen muy penoso el paso de los peatones.
"La gente no usa ese puente por pura mala educación e indisciplina, porque por acá no roban ni les pasa nada", dice Luis Montoya, ventero estacionario que lleva 20 años ubicado en el sitio.
Puede que tenga razón, pero es que el olor a orines los expulsa y aún hay muchos que les temen a los indigentes, así los de este sector sean inofensivos con el transeúnte, pienso yo.
Son las 9:00 a.m. y mi cabeza se va a reventar. En dos horas y media vi pasar una jauría incontable de carros de toda clase y lugares. Buses y busetas de Caldas, La Estrella, Itagüí, Manrique, Bello, Robledo, Villa Hermosa, Prado, Calasanz, San Javier, Barrio Cristóbal... Y decido marcharme.
Y un detalle me llamó la atención: el cargue y descargue de pasajeros que hacen buses y taxis en cualquier punto del "rompoi", algo fatal e insólito en un sitio de tanta movilidad que seguramente ha originado muchas de las colisiones y atropellos a peatones en el sitio.
En la tarde
A las 4:45 de la tarde regreso. Y las escenas son similares, pero el flujo de carros es mayor que en la mañana. A raticos son mucho más los que bajan de oriente a occidente y por momentos se notan muchos más carros yendo al norte que hacia el sur.
Se ven menos peatones que en la mañana y me toca hacer menos fuerza pensando que un carro puede atropellarlos. Yo mismo, al cruzar de un lado a otro, tengo que emprender carrera un poco antes de tocar la acera para no verme arrollado, "porque hasta el andén se suben, a mí un día me tocó salir corriendo con la chaza porque me pitaban y pitaban y no sabía porqué, cuando miré ya venía un bus de San Javier encima de mí", me contó Héctor Espinosa, un vendedor de tinto ubicado en el punto hace varios años.
Años en los que ha visto accidentes de todo tipo, pero nunca con muertos, "mucho choque y con heridos, pero no más". Igual que Albeiro Zapata, otro comerciante que labora allí, pero de 3:00 a.m. a 9:00 a.m., quien lo más grave que presenció fue un conductor que venía del Ferrocarril y siguió derecho por la glorieta hasta caer al deprimido de San Juan, "a ese lo sacaron mal, iba borracho, pero no sé si murió", dijo.
A las 7:00 p.m. termino la misión. No me tocaron accidentes y me quedó flotando la pregunta de por qué sólo hay semáforos en el costado sur, y el guarda de turno me responde: "para darles paso a los peatones que van a La Alpujarra, que son muchos".
Me quedan en la mente las carreras de los peatones y la imagen de un perro al que en el sector llaman "Demonio", que varias veces cruzó muy orondo, en medio de la carramenta, con la soltura de una hormiga. Perro viejo, al fin y al cabo, no lo asusta una glorieta atestada de buses y famosa por sus numerosos accidentes, como a mí.
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