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Una pobre viejecita

05 de agosto de 2008
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Los ingleses como las abejas tienen una reina. Algunos argumentan que es decorativa, que la de las abejas pone huevos. Pero son injustos. La de Inglaterra tiene otras obligaciones más tediosas, como las del protocolo. Y alimentar las agencias de noticias con sus jaleos. No es sólo un parásito sublime.

Una de sus utilidades, en esto es pródiga, es producir noticias. A veces con ayuda de sus súbditos. Como el insomne que ocupó hace años las páginas de los diarios amarillos y rosa. Birlaba la vigilancia del palacio, y paseaba por las habitaciones mientras la familia real se entregaba a sus nobles sueños.

La reina no pone huevos. Pero pone cara larga ante las famas de las aventuras sexuosentimentales de su nuera o el encantador heredero, hace la vista gorda con el alcoholismo de sus parientas, los escándalos de taberna de sus nietos, las matas de marihuana en el jardín de la familia de muchos humos, y se preocupa por las mascotas.

Hace años corrieron rumores sobre sus caballos. Decían, (los rumores, no los caballos), que eran alimentados con papel periódico por falta de medios en los establos de la realeza. Y recuerdo la historia de los perritos de compañía de la familia real cuando mandando al diablo la etiqueta dieron hace tiempos en morder los jarretes de sus visitantes incluidos los de la Orden de la Jarretera, obligando a la reina a mandarlos al terapeuta.

La semana pasada la prensa descubrió más miserias en la casa real inglesa. La descripción del estado actual de Buckinham da grima. Habitaciones que no se habían abierto en décadas aparecieron con los tapizados deshechos. Las cosas también sufren mal de ausencia. Los techos de algunas galerías están por desplomarse sobre los Rembrandt. Y la reina, maldita sea, carece de recursos para el sostenimiento del maltrecho palacio.

No sé qué tendrán algunos ingleses por entrañas. Uno de esos que de tanto en tanto expresan su inconformidad con su figura dijo que como todo el mundo la reina debe dejar una casa que le queda grande, si no tiene cómo mantenerla; que cuenta con mansiones más modestas para vivir y podría convertir el palacio en museo. Cómo se les ocurre desahuciar a la pobre señora, hacer de su casa principal un paseo dominical de obreros ociosos con niños, y mandarla a alguna covacha en desacuerdo con sus costumbres y funciones. Sólo porque no pone huevos.

Otros ingleses más respetuosos de la institución sacrosanta de la monarquía opinan que su reina exige espacio para sus expansiones, las del alma, y las más entrañables. De acuerdo. Por mi parte, mi natural bondadoso me obliga a rasguñar mis ahorros en pro de una buena causa, y a girar ya mismo, vía Banco Santander, mi contribución para las refacciones de la casa real. Y pongo a disposición mi cuenta, 040 106 62 6, del mismo banco para iniciar una colecta. Con el fin de que la reina no sea obligada a la humillación de sacar sus Rubens a pública subasta. Ni más faltaba.

Ya tenemos bastantes destechados para agregar otro a la masa angustiada de los que duermen en los umbrales. Y es justo agradecer a la reina, así no ponga, a sus encantadores parientes y a sus mascotas, que hacen la vida menos sosa produciendo noticias pintorescas, trágicas, triviales. Salvémosles el escampadero. Es deber de caridad. Hoy por mí, mañana por ti.

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