Domingo trigésimo segundo
" Dijo Jesús: El reino de los Cielos se parecerá a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco sensatas". San Mateo, cap. 25.
La mitad de los héroes, como la mitad de las vírgenes, suelen ser necios, asegura un autor. Y Cristo en su parábola nos advierte: no basta solamente ser virgen. Hace falta prudencia, previsión, oportunidad, aceite suficiente en las lámparas, constancia para esperar la llegada del esposo.
De estas diez doncellas, cinco son calificadas de necias. En otro lugar nos habla el Evangelio de eunucos, que lo son por un defecto natural, o por la malicia de los hombres. Pocos de ellos por el Reino de los Cielos.
También existe una virginidad que no es por el Reino: por incapacidad, por cobardía, por autosuficiencia o por orgullo, por falta de oportunidades, por asepsia...
Cristo alaba la virginidad que respalda su plan de Salvación, es decir, la que ilumina a los demás, vela en compañía, espera confiada hasta muy entrada la noche.
Esto de aguardar al esposo podría traducirse: vivir a cada instante la virginidad como una boda. Una boda con el Señor y con los más necesitados. Entendiéndola como un signo de otros valores más hondos, intraducibles muchas veces al lenguaje verbal. Presentarla a los demás como la piel de una alegría inefable: la de sentirse amado por muchos y al amarlos entrañablemente, hacer amables todos los recodos del camino.
La historia cristiana nos presenta en su pórtico a una Madre Virgen, Nuestra Señora.
La maternidad es un valor que casi todo el mundo comprende. Mientras pocos alcanzan a valorar la virginidad, por ignorar que ésta no agota en sí misma su existencia.
Vale en razón de un más allá. Será entonces inagotable capacidad de ternura, inocencia que no hiere sino que acoge. Alianza ininterrumpida con Cristo y humana cercanía a todas "las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres".
Las otras formas de virginidad pueden resultar necias: endurecen el alma, clausuran el corazón, desfiguran el rostro, no revelan a Dios y causan compasión o rechazo.
Por el contrario, las vírgenes prudentes congregan a muchos en derredor. Son recursivas, no se pierden en elucubraciones teológicas inútiles, ni se dejan vencer por el cansancio. Se alegran a cada momento de ser vírgenes, en orden a unos valores más excelentes.
Todo lo anterior puede aplicarse a la fidelidad mal entendida, a ciertas formas de piedad, a algunas maneras de inocencia, a la perseverancia en determinados estados religiosos, ideologías o criterios.
En fin, la virginidad y el heroísmo valen la pena, si logramos vivirlos entre el cincuenta por ciento de los sensatos.
(Publicado el 8 de noviembre de 1981).
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