Usted solo pida: desde un tinto hasta una gargantilla; frutas frescas o dulces; parva y minutos a celular; comidas rápidas y asados; cigarrillos y loterías, seguidos de un largo etcétera.
Tan largo como el creciente número de personas que se clasifican en el segmento de la economía informal, y que a noviembre de 2009 ascendía a 6,6 millones de personas, es decir el 29,3 por ciento de la población, según las cifras del Dane.
Para estos cientos de personas las ventas callejeras se constituyen en su economía del rebusque. Una tarea ardua, al sol y al agua, en la que casi siempre viven con el aliento contenido ante las permanentes batidas de Espacio Público.
Ellos alegan que trabajan honestamente. Sin embargo, el comercio organizado los critica porque no pagan impuestos, arriendos ni tienen que pasar controles como los de higiene, por ejemplo, en el caso de los que expenden alimentos.
Lo cierto es que cada día, en su afán de subsistir, los venteros ocupan más espacios.
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