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Viacrucis de un ciudadano

  • Carlos Alberto Giraldo | Carlos Alberto Giraldo
    Carlos Alberto Giraldo | Carlos Alberto Giraldo
17 de marzo de 2011
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Son las 5:50 de la tarde de este jueves. Acabo de entrar a la oficina a sentarme a escribir esta columna. Estoy molesto: perdí dos horas y media haciendo fila para pagar impuestos y otros 45 minutos en el tráfico vehicular, en un trayecto de menos de ocho kilómetros. Es una vergüenza tener que sufrir nuestro subdesarrollo e ineficiencia.

Hubiese querido escribir sobre el periodismo y lo público, a propósito de una charla que vi en la madrugada, en la TV, dictada en la Universidad de Antioquia por el maestro Javier Darío Restrepo, como parte de la cátedra Héctor Abad Gómez. Incluso, tenía plan B: Japón o los Nule. Pero no hay tiempo.

Llegué a un centro comercial a la 1:50 de la tarde. Hacer un retiro de dinero y un pago, en dos bancos privados, me tomó 25 minutos.

Ahora, a las 2:30, me dispongo a pagar el impuesto de vehículos, anticipado para ganar un descuento del 10 por ciento. Si imaginara lo que viene. Un viacrucis total.

En la fila que tomo hay 20 personas. Media hora después he avanzado 2 metros y medio. Advierto que, como estoy solo, terminaré la fila y luego deberé comenzar otra que hay al lado, para cancelar. Una fila igual, de otras 20 personas, lenta como un oso perezoso.

A lo largo de la fila no hay una banca. Nadie pregunta ni orienta a los clientes. Son clientes buenos, que se los quisiera cualquier otra entidad: desean pagar tres meses antes del plazo final, con el ánimo de ganar descuentos. Apenas hay dos jóvenes en los escritorios, uno liquida y la chica cobra. Tienen buena voluntad de agilizar, pero el sistema es lento y frágil.

En la fila todos estamos de acuerdo: esto solo pasa en Colombia. Lo peor es que sea en Antioquia, donde nos las damos de eficientes. ¿Será que el pago de impuestos en otras ciudades es aún más penoso? ¡Qué horror!

Estoy en problemas. Son las cuatro de la tarde y apenas voy en la mitad de la fila. En una hora y media solo han evacuado a 10 personas. Mi editor de opinión debe estar inquietándose. Llamo a la Redacción y aviso. También hay que pedir ayuda a la infantería: telefoneo a Manuel, mi amigo, mi socio, mi escudero. Él se ríe cuando lo involucro en estas vueltas desgastantes. No hay opción: "vení a ayudarme a hacer la otra fila o me voy a meter en un lío con mi columna". Llega. Hace fila. Yo en la otra estoy a punto de llegar. Me falta un puesto. Malas noticias: "se cayó el sistema, señores", dice el joven taquillero. ¡No puede ser! A las 4:55 se restablece la red electrónica. Pago y ahora estoy a punto de que me atrape el pico y placa. Imagino los trancones. Antes de irme, comienza una pelea en la fila. Algunos le reclaman al vigilante porque no ejerce control y permite colados.

Es el Gobierno de Antioquia, tan ineficiente para cobrar impuestos, que nos desgasta, que nos roba el tiempo a los ciudadanos y que me obliga a escribir esta columna tan absurda y pobre como su atención a los clientes. Son las 6:30 y llego, molesto, al final.

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