Parado en la entrada del que será el túnel vehicular más grande de América, ahí donde empiezan sus 8,65 kilómetros de longitud, el frío golpea, la oscuridad angustia, donde dan ganas de devolverse, de pedir perdón, justo ahí, donde confiesas que quieres llorar, está Mario Apolón, un trabajador de 32 años, un hombre de dientes desordenados.
Mario habla de la felicidad eterna, de los sueños por cumplir, de los miedos que se fueron y anuncia las "maravillas" del recorrido por el Túnel de la Línea, que él ha hecho durante el último año: "De aquí para allá, vas a vivir una experiencia que jamás vas a olvidar". Y sonríe como si fuéramos a entrar a Disney World.
Después de 800 metros, a paso lento, sorteando la lluvia que cae de vez en vez, buscando los chorros de luz para no tropezar, tratando de no hundirse en el barro, hablando a los gritos aparece, cual fantasma, Luis Herrera, con las uñas sucias de cemento. Y la cara. Y la ropa. Y las medias. También sonríe.
Luis sostiene una manguera por la que sale cemento. Sin parpadear hace el mismo movimiento de quien pinta una pared. De pronto se detiene, voltea su rostro y grita. Nadie lo oye. Insiste. Nadie lo oye.
Sostiene la manguera, de la que sigue saliendo cemento, con una sola mano. Con la otra dice adiós, varias veces. Ahora sí lo oyen. Está pidiendo que lo ayuden a mover la pesada manguera por la que no deja de salir el cemento.
El silencio de los primeros metros dentro del túnel desaparece y ahora, la escena la conforma una mezcladora que hace un ruido ensordecedor, una volqueta y una docena de hombres que se hablan a través de la luz de las linternas. "Es sencillo, si necesito que mi compañero venga, hago así, así", explica uno de los ingenieros, quien hace el mismo ademán de quien llama a alguien con la mano a plena luz del día, solo que con la linterna.
Es en el instante en el que Luis se sube en el carro para echarle cemento a la parte alta del túnel, que tiene un gálibo o altura de 4,90 metros, en el que oro para que por una acción divina se enciendan las luces y este hombre, de ojos pequeñitos, pueda hacer más fácil su trabajo. Pero Luis, en un acto rutinario, comienza a "pintar" el túnel acompañado solo con un chorrito de luz.
Atravesando la cordillera
Ahora estamos a 800 metros de la boca del túnel y 70 bajo tierra. Al encontrarse con un trabajador quieres abrazarlo y contarle que la mañana afuera está muy fría. Y aunque cuesta respirar y el olor a amoníaco por instantes es fuerte, los trabajadores saludan y sonríen con la visita que les altera la rutina, no solo la de Mario y Luis, sino la de los 1.000 hombres que han socavado las entrañas de la tierra desde hace cuatro años.
"Esta es una obra inmensa, inmensa al punto que ni siquiera he recorrido todo el túnel. ¿Usted sí? -me interpela-. Mi trabajo es abrir una manguera y lanzar el concreto. No es fácil. Debo concentrarme para no fallar. Cuando lo terminemos quiero traer a mis hijos y mostrarles lo que hice", dice Luis mientras se quita la máscara y explica que lo más difícil no es la oscuridad sino el frío que a ratos duele.
Esa obra "inmensa" de la que habla Luis atraviesa la Cordillera Central y está a punto de lograr su cometido: De los 8.652 metros de longitud que tiene, la excavación va en 7.790 metros, es decir, faltan solo 862 metros para que el túnel sea transitable de punta a punta, desde Calarcá a Cajamarca.
Y no, no se trata de que en diciembre, tiempo en el que el Invías espera completar la excavación, se vea la luz al otro lado del túnel. No, el túnel ya vio la luz. Aunque en realidad es más fácil explicar sobre un papel. La descripción técnica es la siguiente: con la construcción del túnel piloto, que es un túnel de dimensiones más pequeñas que se hizo para evaluar el riesgo geológico, se diseñaron 16 galerías o entradas, por las que se iniciaron distintos frentes de trabajo, es decir, la tropa de trabajadores ha estado regada en todo el trayecto.
En uno de esos frentes aparece Jhon, conocido por todos como "Máscara", quien confiesa que el día en que sintió la primera explosión, pensó que se iba a morir. "Cuando dinamitan para la excavación uno siente como si se le fuera a desprender algo del cuerpo. Hay que abrir la boca para que la honda no afecte".
Le pido que se quite la máscara con la que evita aspirar el amoníaco y el pasamontañas con el que se protege del frío y ahí se descubre a un hombre moreno, flaco, de bigote y de labios gruesos, responsable de la parte eléctrica del túnel, quien tímidamente, murmura: "no hay que tenerle miedo al túnel, es mi amigo".
Nuevamente en la boca del túnel, a 30 minutos de Calarcá, y luego de decirle adiós, con la luz de la linterna, a Luis, y de estrechar la mano de Jhon, el golpe de luz sí fastidia, pero es allí donde reaparece la emoción y la perplejidad de ver la dimensión de la obra.
Su construcción se inició en abril de 2009 y aunque desde entonces se han presentado tropiezos de tipo ambiental y con los contratistas, el Invías afirma que están superados. Se espera que este año, se adjudiquen las obras anexas y se realice el recubrimiento del túnel piloto para que en 2014 entre en operación y el tiempo de viaje entre Buenaventura y Bogotá se reduzca en 80 minutos.
Posdata
Antes de entrar al túnel Mario se presenta: "soy técnico en sistemas. Mi sueño es ser ingeniero y diseñar otro túnel más grande que este". Se interrumpe y dice: "mire, mire le muestro, tengo botas de punta de acero", y patea una caneca que hace eco, eco.
Habla de su desconexión con el mundo, de las noticias que no ve. Comenta de su rutina que va entre llevar y traer mangueras, de lo molesto que es ver el Sol después de estar bajo tierra. Ahhh y el frío que le duele con solo mencionarlo y relata que llega todas las noches a contarle a su mamá lo que hizo en el día. Y la mamá escucha cosas como "hoy hicimos perforación, inyectamos cemento, pusimos dinamita".
Ahora sí, Mario se pone la máscara y su voz queda aguda, se le pierde la sonrisa, patea la caneca para demostrar que tiene botas de acero y remata con su clásica frase: "vas a vivir una experiencia maravillosa". Desaparece en la oscuridad.
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