Ese hombre de ojos azules, de camiseta y pantalones cortos, que habla un español pausado, parece a primera vista un turista que va de paso. Luego, cuando se ve a los niños saludarlo con abrazos y besos, se entiende que ya echó raíces.
Mark Kaseman o Marcos, viaja en metro, metrocable y buseta para llegar a una sede de paredes azuladas, con mesas, estantes con juegos y computadores. Una vez se avanza de Santo Domingo Savio y, en jurisdicción ya de Bello, se alzan las casas del sector El Pinar y unos metros después aparece otro asentamiento: Regalo de Dios.
En una de sus calles principales, destapada, está el espacio que empezó a funcionar el 1 de noviembre de 2011 para que niños, jóvenes y adultos reciban clases de inglés y de sistemas, y encuentren un lugar para jugar, leer y compartir. Ángeles de Medellín se lee en una pancarta y es el nombre de la fundación que creó Marcos.
Hace seis años trabaja en Regalo de Dios. Desde 2005, este hijo de Nueva York se dedicó a recorrer Colombia, hasta que se topó con unos misioneros norteamericanos que en 2006 le presentaron esta zona de invasión.
Desde ese momento, empezó a dictar talleres de inglés en los colegios, a recoger ropa, enseres y medicinas que pudieran servirles a las familias. También empezó a organizar fiestas de Halloween y Navidad: la primera, en 2007, fue para 200 pequeños; en 2011 acudieron 3 mil niños.
Todo con la ayuda de voluntarios de unos 20 países y de otros locales que se fueron enterando de la fundación a través de internet.
Con Marcos, ayer estaban, por ejemplo, Marianne Muhss, alemana y estudiante de intercambio de Eafit; y Adam Pervez, un trotamundos de Estados Unidos que empezó su recorrido por México y ya va en Colombia.
El amor de la gente
Con cuaderno en la mano, Leidy Mena y Johana Marín, de 23 años, esperan la clase del mediodía. "No sabía nada de inglés, con este aprendizaje pienso que podré tener nuevas oportunidades y, de pronto, conseguir un empleo", comenta Leidy.
Esa sede es para la comunidad, afirma Marcos. Por allí pueden pasar hasta 80 personas en el día para participar en los cursos. Los niños saben que no pueden entrar comiendo y que deben cuidar los equipos.
Marianne llegó a Medellín en julio del año pasado para seguir unas clases en Eafit. Se enteró de la labor de Ángeles de Medellín y se sumó a esta causa. Entre sus amigos de Alemania hizo una campaña para recoger dinero y comprar más regalos en la Navidad pasada. "Me gusta ayudar, y ver estas sonrisas es maravilloso".
Adam lleva más de cinco meses recorriendo Centro y Suramérica, pero su idea es quedarse en los lugares en los que pueda hacer labor social. Por eso, le llamó la atención permanecer unos días con Marcos, porque "lo que él hace es invertir en el futuro y aportar al desarrollo".
Hasta la sede llega el patrullero de la Policía Cristian Góez a saludar y a reportar que está por allí para colaborar en lo que sea necesario. "Conocemos desde hace años lo que él hace. Nos motiva a todos a ayudar", dice.
También pasa Camilo Sánchez, un joven voluntario del sector, que asegura que siempre estará disponible para las tareas que le asignen, porque la de Regalo de Dios es una comunidad que vive sin suplir las necesidades más básicas y requiere de muchas manos amigas.
Hace poco, gracias a una donación, pudieron llevar unas camas al hogar de Nora Elisa Tapias. Ella y sus dos hijas dejaron de dormir en el mismo espacio que ya se les había quedado chico. En una pequeña caminata por las calles de Regalo de Dios, a Marcos lo persiguen los niños y lo toman de la mano.
Quisiera hacer más, porque se da cuenta de todas las carencias, pero la voz de su proyecto se sigue pasando por las redes sociales y gracias a los voluntarios, esos ángeles se van sumando y dejan huella en una comunidad en la que muchos ni siquiera tienen agua potable.
Ese Mark Kaseman, que ya es Marcos, definitivamente no es un turista. Ya es de aquí, su corazón se quedó en Regalo de Dios.
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