No todas las 53 víctimas del bombardeo el pasado martes a un centro de detención de refugiados en Libia murieron producto de los estallidos que caían desde el cielo. Algunos lograron levantarse y trataron de huir, pero fueron alcanzados –según el testimonio otorgado por sobrevivientes a Naciones Unidas– por las balas que dispararon sus propios guardianes en el centro de detención de Tayura, a las afueras de Trípoli.
Sus opciones llevaban al mismo resultado: morir allí sentados, en cuanto se diera la siguiente explosión, o de pie, aferrados a la ventana, en un intento por abandonar ese edificio que se convirtió en su cárcel en su camino frustrado hacia Europa.
Los 5.200 refugiados detenidos que según Naciones Unidas permanecen en este país del norte de África en varios complejos como el atacado el pasado martes conocen bien estos caminos sin salida. Llegaron allí luego de afrontar otra encrucijada: o la muerte ahogados en el Mar Mediterráneo o el regreso a Libia a los días sin luz de los centros de detención que, a veces, son interrumpidos por torturas o estallidos en medio de la noche.
“No debían estar allí en primer lugar”, dice a EL COLOMBIANO el coordinador de la ONG Médicos Sin Fronteras en Libia, Prince Alfani, quien visitó el centro de detención la mañana del martes, horas antes del bombardeo y luego regresó el miércoles para atender a los sobrevivientes.
“Cuando interceptas a alguien en el mar, tu deber es ponerlo a salvo, pero Libia no es un lugar seguro para los refugiados”, agrega. Alfani denuncia que las prisiones en las que concentran a estas personas están ubicadas cerca de complejos militares; es decir, al lado de los objetivos de las fuerzas opositoras del mariscal Jalifa Hafter, señalado del ataque de la semana pasada y quien desde abril se enfrenta al gobierno islamista reconocido por la ONU por el control del país.