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No todas las 53 víctimas del bombardeo el pasado martes a un centro de detención de refugiados en Libia murieron producto de los estallidos que caían desde el cielo. Algunos lograron levantarse y trataron de huir, pero fueron alcanzados –según el testimonio otorgado por sobrevivientes a Naciones Unidas– por las balas que dispararon sus propios guardianes en el centro de detención de Tayura, a las afueras de Trípoli.
Sus opciones llevaban al mismo resultado: morir allí sentados, en cuanto se diera la siguiente explosión, o de pie, aferrados a la ventana, en un intento por abandonar ese edificio que se convirtió en su cárcel en su camino frustrado hacia Europa.
Los 5.200 refugiados detenidos que según Naciones Unidas permanecen en este país del norte de África en varios complejos como el atacado el pasado martes conocen bien estos caminos sin salida. Llegaron allí luego de afrontar otra encrucijada: o la muerte ahogados en el Mar Mediterráneo o el regreso a Libia a los días sin luz de los centros de detención que, a veces, son interrumpidos por torturas o estallidos en medio de la noche.
“No debían estar allí en primer lugar”, dice a EL COLOMBIANO el coordinador de la ONG Médicos Sin Fronteras en Libia, Prince Alfani, quien visitó el centro de detención la mañana del martes, horas antes del bombardeo y luego regresó el miércoles para atender a los sobrevivientes.
“Cuando interceptas a alguien en el mar, tu deber es ponerlo a salvo, pero Libia no es un lugar seguro para los refugiados”, agrega. Alfani denuncia que las prisiones en las que concentran a estas personas están ubicadas cerca de complejos militares; es decir, al lado de los objetivos de las fuerzas opositoras del mariscal Jalifa Hafter, señalado del ataque de la semana pasada y quien desde abril se enfrenta al gobierno islamista reconocido por la ONU por el control del país.
Con la muerte y derrocamiento del mandatario Muamar Gadafi en 2011, Libia se convirtió en “un boquete” en medio del norte de África; en la puerta menos vigilada en el camino hacia Europa para los migrantes y refugiados que huyen del hambre y la guerra en países como Sudán y Erítrea, según explica Gustavo Soto, experto en Medio Oriente de la Universidad de Antioquia.
Sin embargo, ese Estado convulsionado, que en principio sería un destino de paso, se convirtió en una prisión para los refugiados con la implementación de una política de detenciones en el Mar Mediterráneo incentivada por Europa.
En 2017, la Unión Europea dio el visto bueno a un acuerdo entre Italia y Libia para entrenar a la guardia costera del país africano y servir así como un embudo que detuviera la llegada de personas a Europa.
Occidente, que a través de la Otan impulsó el derrocamiento de Gadafi, aprovechó de alguna forma la inestabilidad de Libia para librarse de la llegada de cientos de miles de personas a sus costas, según explica Hasan Turk, experto en Medio Oriente.
A esta culpa, se suma la de cargar con el respaldo a un gobierno como el de Unión Nacional (GNA), acusado de utilizar como escudos humanos a los refugiados que detiene. “En caso de comprobarse esto último, Naciones Unidas y países como Estados Unidos y China estarían apoyando a un gobierno que viola el derecho internacional”, señala Soto.
El debate sobre las responsabilidades no deja libre a ninguno de los actores. Entre tanto, ya recogidos los cadáveres de las víctimas del pasado martes, los sobrevivientes permanecen en el complejo de detención, se mantienen por la fuerza en medio del fuego cruzado de una guerra ajena
Periodista de la Universidad de Antioquia. Creo que es bello dedicarse a leer el mundo, a buscar los trazos que dan forma a esa figura punteada. Creo en los párrafos borrados, en las conversaciones obsesivas, en las palabras que buscamos y, a veces, encontramos.