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Infiltrados en misa: los curas perseguidos por predicar a Cristo

Desde Siria hasta Nicaragua, sacerdotes apagaron los micrófonos de la Eucaristía por temor a terminar presos.

  • Las procesiones fueron prohibidas en Nicaragua porque el régimen de Daniel Ortega emprendió una persecución contra los sacerdotes católicos. FOTO: EFE
    Las procesiones fueron prohibidas en Nicaragua porque el régimen de Daniel Ortega emprendió una persecución contra los sacerdotes católicos. FOTO: EFE
06 de febrero de 2023
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El padre Raymond Abdo pasó casi dos décadas sin poder entrar a Siria. Es sacerdote de los Carmelitas Descalzos y desde Líbano coordina misiones de la Iglesia en varios países de Medio Oriente que visita de forma esporádica, cuando hay una misión humanitaria o cada que las condiciones de seguridad lo permiten.

Ese es el caso de Siria, donde la comunidad católica vive entre los fundamentalistas del Islam y el riesgo de quedar en medio de un ataque del Estado Islámico o del resto de grupos terroristas de la región. Y Abdo sabe bien que, más que una alerta, es una posibilidad real.

La primera amenaza le llegó en 1975, acababa de ponerse el hábito y lo discriminaron por su fe. Los señalamientos terminaron siendo una bomba que explotó cerca de su cuerpo, le dejó quemaduras, pero no le quitó ni la convicción ni la vida.

Lejos de apartarse de su casa en el Convento de Nuestra Señora del Monte Carmelo de Hazmiehe, o de colgar el hábito, se quedó en la comunidad hasta que pudo regresar. Allá en Siria coordina un convento de religiosas en Alepo, un edificio habitado solo por monjas en un territorio donde ser una mujer sola es sinónimo de estar en riesgo.

En ese recinto un día cayó un misil que el Ejército ruso desactivó antes de que explotara, otro llegó una mujer extraña a tocar la puerta para intentar ingresar. No la dejaron entrar, tenía explosivos pegados a su cuerpo para hacer explotar el lugar.

Abdo habla en un español pausado que aprendió siguiendo la orden Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. Si se le escucha con detenimiento, su acento recuerda el de una persona de Portugal o Brasil que está hablando en una lengua similar a la suya y que conecta las palabras con detenimiento y casi a la perfección.

Allá donde está, en Líbano, es el único país de ese enclave de Medio Oriente en el que las personas pueden seguir a Cristo con relativa libertad. Sus vecinos son una Siria en donde los fundamentalistas implementan el Islam, por tradición o por las armas, y una Israel en la que los judíos están en disputa con la población Palestina de Cisjordania, de mayoría musulmana.

Católicos encerrados

Pero la historia de ese territorio de 5,6 millones de habitantes también tuvo persecución religiosa. Allá apenas el 30% de la población es seguidora de Cristo a pesar de que hace un siglo ese grupo representaba el 90% del censo, una reducción que se dio en medio del conflicto entre cristianos y los musulmanes del golfo.

Los cristianos murieron o huyeron por las intimidaciones a su credo, pero los sacerdotes se quedaron. Tienen tres colegios católicos en Líbano, uno de ellos en Trípoli, donde los frailes educan a niños y niñas musulmanes y en los que apenas el 2% de los estudiantes son católicos. Esa formación en convivencia interreligiosa se erige como un mensaje a los extremistas de que los dos credos sí pueden coexistir en paz.

Pero esa no es una posibilidad universal. En China, Corea del Norte, India y Nigeria no se puede practicar la religión libremente, tampoco en África donde los grupos yihadistas persiguen a quienes no profesan el Islam.

Los musulmanes de la minoría Uigure son discriminados en China, mientras que en Birmania persiguen a cristianos e hindúes, y en países como Pakistán hay conversiones forzadas y el credo es motivo para discriminar si una familia recibe, o no, ayuda humanitaria del Gobierno.

“El derecho a la libertad religiosa se debe respetar como un derecho humano. Estamos hablando de personas que tienen derecho a practicar su fe donde quieran y como lo quieran”, sentencia María Inés Espinosa, directora ejecutiva de ACN Colombia.

Esa organización tiene una clasificación de cuatro tipos de actos contra la libertad religiosa: intolerancia, discriminación, persecución y, el último que lleva décadas sin registrarse, el genocidio.

Los perseguidos de Nicaragua

Las fibras de esos ataques tocan a Latinoamérica. La religiosa colombiana Gloria Cecilia Narváez fue secuestrada por Al Qaeda en Malí y estuvo cuatro años y ocho meses presa de ese grupo siendo víctima de vejámenes, hasta que en octubre de 2021 volvió a su casa en la orden franciscana.

Y hay otro país de la región que preocupa a esa población. En Nicaragua el régimen de Daniel Ortega tiene a diez sacerdotes como presos políticos y a otros más en el exilio por la persecución a la Iglesia que comenzó en 2018 cuando los líderes católicos ayudaron a los jóvenes en las protestas de ese año.

Los padres dejaron que los manifestantes se ocultaran en los centros religiosos cuando estaban en riesgo de muerte, brindaron ayuda a los heridos e intentaron mediar en mesas de diálogo con el régimen. No consiguieron su cometido y ahora tienen prohibido hacer procesiones y predicar su credo fuera del recinto de la Iglesia.

Los sacerdotes predican con cautela porque, relatan, Ortega envía infiltrados a la Eucaristía para escuchar los sermones. Pedirle a los fieles que oren por el bien del pueblo es causal para abrirles un proceso penal y los padres omiten dar declaraciones a medios por temor a terminar en una cárcel.

Solo hay un clérigo que puede profesar la fe en las calles. Se trata de monseñor Sócrates René Sándigo a quien señalan de ser simpatizante de los Ortega - Murillo y que, a diferencia de sus pares, tiene el aval de la casa presidencial de sacar a los fieles a una procesión.

En Nicaragua los padres se ocultan, rechazan las entrevistas de los medios y hay quienes se van, como los 10 sacerdotes que huyeron por la persecución de Ortega y los otros 5 que fueron desterrados por el régimen: una casa presidencial para la que ser católico es pecado

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