Edith Barrios aún espera a su hijo Emerson González como aquel jueves de septiembre de 2016, cuando fue llevado preso a tres días de que viajara de Venezuela a Barranquilla para ver a su familia.
Él, un colombiano que migró a los 18 años para buscar trabajo, ahora está detenido y es víctima de un proceso irregular. Ella, una madre que espera al hijo que se fue en esa época boyante del vecino país, cuando la migración no era desde Caracas a Cúcuta –como ahora se le conoce– sino de desde acá rumbo a la nación que se perfilaba como la gran economía de Latinoamérica.
Tres días restaban para su regreso, pero el destino multiplicó ese tiempo por meses. A Emerson, el mismo que le llevaba rosas a su mamá cuando iba a visitarlo a Venezuela, ahora Edith lo recuerda con dos fotografías que le tomaron cuando estaba más joven. Con anteojos, gorra, camisa a rayas y un pantalón ancho. El hombre, que ahora tiene 44 años, mira la cámara. No sonríe, pero posa. Detrás se ve la puerta de su casa en el barrio 7 de abril de Barranquilla, el piso de cemento y unas escaleras. ¡Quién se imaginaría que esas mismas imágenes serían las que su madre tendría que mostrarle a una periodista mientras le cuenta la historia de su hijo preso!
Por lo menos ella no lo pensó. Y ahora, sentada en un centro comercial en el norte de su ciudad, con un helado que se derrite frente a ella, sosteniendo un pañuelo y con los ojos encharcados recuerda al hijo que lleva dos años y medio preso, detenido por estar indocumentado y, a los días, se enteró de que lo habían señalado de ser un “paramilitar”.
Puede leer: Las 59 vidas colombianas que Maduro tiene presas
A Emerson, junto a otros 92 colombianos, el presidente de ese país, Nicolás Maduro, lo señaló de ser un delincuente que estaba planeando un atentado en su contra. Esos 91 hombres y una mujer tenían en común una cédula colombiana, un trabajo en Venezuela y una familia en casa a la que dejaron para buscar oportunidades. También coinciden con ser casi todos de la costa, de Barranquilla o Cartagena, y ahora 59 de ellos permanecen en la misma celda, comiendo la misma ración de arroz que les dan para sobrevivir dos días y viviendo bajo la penumbra cuando se va la luz en la comisaría de La Yaguara.
¿Qué son dos años y medio para Edith y su hijo Emerson? La respuesta, lo que se ha perdido estando detenido: la muerte de su papá y su hermana, las navidades en familia, la visita de mamá, la compañía de su esposa y ver crecer a sus dos hijos, quienes pasaron de verlo despertar junto a ellos a visitarlo en la cárcel.
Levantarse les recuerda las condiciones de su encierro. Al abrir los ojos ahí están esas mismas telas que han separado sus camas en todo este tiempo para a dar a cada recluso un poco de privacidad. A sus espaldas, un muro con botellas de plástico vacías que hacen las veces de baño porque los servicios no funcionan: no tenían agua y los dañaron como protesta.
El aire fresco y la luz entran por una claraboya y una puerta, que los separa de un patio con carros parqueados al que los convocan en las mañanas para hacer el conteo.
Y es que La Yaguara no es precisamente una cárcel, sino una sede del comando de la Policía Nacional Bolivariana (PNB). Su única celda no estaba pensada para albergar reos, sino como una habitación para uniformados en donde las autoridades venezolanas terminaron llevando a este grupo. Los 58 hombres están allí juntos mientras Helen, la única mujer, está en un cuarto aparte y solo puede interactuar con ellos en la visita.
Le puede interesar: Así viven los 59 colombianos presos en Venezuela
Misericordia para Maduro
Refiriéndose al presidente venezolano dice: “Él también es papá. Pido a Dios que lo deje ver las cosas para que suelte a mi hijo”. Doña Edith le ruega al cielo que haya misericordia con el hombre que para 60 países es un dictador. Mira con ternura, no parece tener rabia. Lleva casi una hora hablando, el helado de ron con pasas y brownie que pidió sigue intacto y la galleta que lo acompaña cada vez se hunde más en ese postre que intenta comer mientras narra una realidad amarga: ser la madre de un hombre inocente que está preso.
“Uno sabe cuándo su hijo es malo y Emerson es una persona buena”. Edith no tiene más pruebas que el amor de madre que le dice que su hijo es inocente. Pero no está sola. Naciones Unidas, la Cancillería de Colombia y la Organización Foro Penal también han alzado la voz por este barranquillero y sus compañeros de celda, debido a que estas instituciones reconocen que el régimen de Maduro llevó un proceso irregular en su contra.
Human Rights Watch también revisó su situación. Su director, José Miguel Vivanco, aseguró que “este es un caso que refleja una detención arbitraria”. En estos dos años y medio cada vez han sido más las voces que piden su liberación; pero mientras las madres buscan formas de que sus hijos no sean olvidados, el gobierno de Maduro calla.
Margarita Pineda cuenta la historia de Diego Artunduaga desde Barrio el Prado de Armenia. Como Edith, ella también lo recuerda con los retratos que quedaron de sus tiempos de libertad. En sus manos tiene la imagen del hombre que ahora tiene 46 años, en el Poliedro de Caracas, en un espectáculo de Monster truck que asistió “cuando Venezuela aún era Venezuela”. Esa foto se difumina con otra en la que Diego ya está preso y recibe una visita de su pequeño hijo en La Yaguara.