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La multitud impidió que a Erdogan se le escapara el poder

Lo que pudo ser un golpe de Estado en Turquía se convirtió en un nuevo rédito para un presidente cuestinado.

  • FOTO REUTERS
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17 de julio de 2016
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Entre la noche del viernes y la madrugada del sábado, el mundo estaba en suspenso por Turquía. “Un golpe de Estado”, “un intento de golpe”, “un golpe fallido”. Las versiones se contradecían entre sí, mientras las agencias internacionales y las cadenas de televisión con sede en la capital, Ankara, informaban de explosiones, muertos y heridos.

Con las horas, los hechos se esclarecían. Las Fuerzas Armadas de Turquía comunicaron que tomaban “pleno control” del poder “para proteger el orden democrático y para mantener el respeto a los derechos humanos”, mientras calificaban al presidente, el islamista Recep Tayyip Erdogan, como un “traidor”, responsable de establecer un “régimen autoritario del miedo”.

Llamaban al toque de queda y aseguraban además que el país sería gobernado por el “Consejo de Paz en Casa” para darle “a todos los ciudadanos todos los derechos y restablecer el orden constitucional”.

Entretanto, la asonada golpista provocó enfrentamientos, incluidos ataques aéreos en la sede de la Dirección de Seguridad en Ankara, en la unidad especial de la Policía y en el edificio del Parlamento.

En menos de 15 horas, la cifra de caídos era alarmante. Los enfrentamientos dejaban 265 personas muertas, entre ellas 104 presuntos golpistas y 47 civiles, así como 1.440 heridos.

Solo un “intento”

Aunque a los líderes del mundo les angustiaba que el puente entre Europa y Oriente sufriera irremediables fracturas, desde Estambul, Erdogan calificó el hecho como “un intento de golpe, perpetrado por un pequeño grupo dentro del ejército”, “que nunca tendrá éxito” y que “tarde o temprano será eliminado”.

Con la promesa de volver a Ankara y de hacer pagar a los golpistas “un alto precio por actuar contra la nación”, el mandatario, que goza de una popularidad arrasadora, instó a sus seguidores a ir a las plazas del país para responder a las acciones de los militares.

Su llamado fue justamente el que le dio un desenlace a lo que pudo ser un golpe. Aunque el país había experimentado en los últimos 50 años cuatro golpes o intentos de este tipo, todos en manos de un ejército laico, que rechaza la islamización de la sociedad y la pérdida de libertades civiles, era la primera vez que la población no se quedó en silencio frente al levantamiento militar.

Decenas de miles de personas salieron a las calles, se tomaron las plazas, saltaron sobre los tanques y se enfrentaron a los soldados. Además, todos los partidos políticos, incluso los de oposición, rechazaron la asonada, permitiendo que el Gobierno turco diera por extinto el alzamiento militar.

Al parecer, su alta popularidad y credibilidad en sectores que han estado cercanos a su proyecto político (que busca una lenta y progresiva islamización) dio el desenlace favorable a su mandato.

“Aquellas personas que consideran que lo que no resuelve la política, lo hace la religión, ven en Erdogan el reflejo de sus ideas y de sus pasiones”, explica Diego Cediel, internacionalista de la Universidad de La Sabana, para quien el líder también se ganó el apoyo ubicando a Turquía en un papel internacional protagónico e influyente.

Y es que la posición estratégica del país, entre el Viejo Continente y Asia, en un momento de coyuntura mundial (ya que Turquía alberga a unos 3 millones de refugiados de Siria e Irak) y teniendo al segundo ejército más grande de la OTAN, le han permitido al presidente apropiarse de presupuestos, generar recordación política y garantizar que todo tipo de decisiones de la Europa Oriental, Mediterránea y de Oriente Medio tengan que pasar por su escritorio.

“Con ese escenario, la ciudadanía le cree a ese proyecto político y entiende que si los militares gobiernan, otra va a ser la lógica”, interpreta Cediel, y resalta que Erdogan ha sabido traducir la islamización de la sociedad con una serie de precisiones que cada vez le dan más garantías para entrar a la Unión Europea.

“Durante el intento de golpe, la sociedad dijo, si triunfan los militares, la Unión Europea va a retardar el ingreso, porque no aceptarán a un Estado desarmado que desconoció la voluntad popular”, concluye en analista.

Un sultán que se fortalece Los golpes de Estado fallidos pueden tener dos resultados: que los golpistas logren un reconocimiento político o que el derrocado vuelva con una fuerza insospechada y una legitimidad arrolladora.

Todo indica que la segunda opción es la que encaja en la Turquía posterior al 15 de julio de 2016. Según Hasan Turk, politólogo turco y experto en asuntos de Medio Oriente, aunque las motivaciones del Ejército para perpetrar un golpe no fueron del todo descabelladas, tampoco alcanzaron a convencer a las mayorías y en cambio engrandecieron la figura de Erdogan.

Según explica, las Fuerzas Militares siempre han sido fieles defensoras de un sistema laico, pero se encontraron con un mandatario que promulga leyes de tipo islamista, que restringe libertades y que incluso ha cerrado más de 20 medios de comunicación que manifestaron críticas a su proyecto, con denuncias de corrupción o con vinculaciones directas con grupos radicales en Medio Oriente.

En todo caso, continúa Turk, este hecho demostró que Erdogan es capaz de mantenerse en poder, y que con el control del Ejército termina por dominar a todas las fuerzas y poderes del Estado que consideran que en su actuar existe un desconocimiento de la filosofía liberal y una lógica arbitraria.

De hecho, el presidente afirmó que el levantamiento es “un gran regalo de Dios”, argumentando que en agosto, durante una comisión en la que se nombrarán nuevos generales y comandantes, será “purgado” el Ejército, del que fueron detenidos 2.839 miembros durante la noche golpista.

Con esta ventaja y un Congreso a su favor, Erdogan logra un objetivo superior a la retoma del poder, al aumento de su popularidad mundial y a la adhesión de fuerzas opositoras de sus filas. “Su capricho de crear el “neootomanismo”, de volver a los orígenes del Imperio Otomano, de volverse el sultán de Turquía y controlar al Medio Oriente, se vuelve más factible para él”, cuenta el experto.

Aunque Turk no cree que los hechos del viernes y el sábado logren provocar una decadencia que afecte las favorables relaciones de Turquía con la Unión Europea y Estados Unidos, “porque a ninguna potencia le conviene que Turquía entre en una crisis política y todos apoyaron incondicionalmente a Erdogan”, las libertades individuales al interior del país sí quedarán aún más frágiles.

“Mi pobre país será más restrictivo. El que no piense como él va a ser callado y el miedo va a invadir a la población. Ahora Erdogan es intocable”.

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